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En blanco en el original. (N. del E.)

 

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Cosque, en la costa Norte de la provincia de Manabí. Confróntese: Jerez, obra citada, página 322.

«y allí tomaron quince mil pesos de oro y mil y quinientos marcos de plata y muchas piedras de esmeraldas, que por el presente no fueron conoscidas ni tenidas por piedras de valor» (Zárate, Historia del Perú, Madrid, 1862, página 474).

Pedro Pizarro, obra citada, Lima, 1917, página 14. «Venían muy descontentos en no haber hallado otro Cosque» (Ibid, página 18). (N. del E.)

 

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«Apenas habían satisfecho el cansancio y hambre, cuando les sobrevino un nuevo y feo mal, que llamaban berrugas, aunque según atormentaban y dolían, eran bubas. Salían aquellas berrugas o pupas a las cejas, narices, orejas e otras partes de la cara y cuerpo, tan grandes como nueces y muy sangrientas. Como era nueva enfermedad, no sabían qué hacerse, y renegaban de la tierra y de quien a ella los trajo, viéndose tan feos» (Gomara, obra citada, página 226).

«En este Coaque se hallaron muchos colchones de lana de ceyua (ceiba) que son unos árboles que la crían, que así se llaman. Aconteció pues que algunos españoles que en ellos se echaban, amanescían tullidos;... y aun se entendió que esto fue el origen de una enfermedad que dio de berrugas, tan mala y congojosa que tuvo a mucha gente muy fatigada y trabajada con muchos dolores como si estuvieran de bubas hasta que les salían grandes berrugas por todo el cuerpo y algunas tan grandes como huevos... etc.» (Pedro Pizarro, obra citada, Colección de Documentos inéditos, Tomo V, página 212).

Confróntese además: Zárate, obra citada, Libro II, capítulo I, página 474. Cieza de León, Primera parte de la Crónica del Perú, Madrid, 1862, capítulo LIV, página 408. Herrera, Década IV, libro VII, capítulo IX, página 144 y capítulo X, página 145. Garcilaso, Comentarios Reales, Libro I, capítulo XV. González Suárez, Historia General de la República del Ecuador, Quito, 1891, Tomo II, página 39. (N. del E.)

 

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Casi todos los cronistas hablan de las esmeraldas halladas en la costa de Manabí. Jerez dice que los españoles daban a los indios las esmeraldas que tomaron en Coaque, sin conocerlas, en cambio de ropa y mantenimientos (Verdadera Relación, página 322). «En este pueblo de Coaque se hallaron algunas esmeraldas, y muy buenas, porque están debajo de la línea, y muchas se perdieron y quebraron porque los que allí iban eran tan poco prácticos en este género de piedras, que les pareció que para ser finas las esmeraldas no se habían de quebrar con martillo como los diamantes; y así, creyendo que los indios los engañaban con algunas piedras falsas, las daban con una piedra; y así destruyeron grandísimo valor destas esmeraldas» (Zárate, obra citada, Libro II, capítulo I, página 474).

Confróntese: Cieza, Parte Primera de la Crónica, capítulo L, página 404. «El que las conoscía se las guardaba y callaba como dicen que hizo un fray Reginaldo (fray Reginaldo de Pedraza, dominico) que se las hallaron en Panamá yendo que se iba a España» (Pedro Pizarro, obra citada, Lima, 1917, página 15). Nuestro sabio maestro, el ilustrísimo señor González Suárez, trató con bastante detención este punto (Historia General, Tomo II, Libro II, capítulo II, página 38). También nuestro distinguido amigo el padre fray Alberto María Torres, en su muy interesante obra, por desgracia no muy conocida, El padre Valverde, estudia la acusación hecha al padre Reginaldo de Pedraza (obra citada, Parte Segunda, capítulo II, página 40). (N. del E.)

 

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«En algunos pueblos destos indios tienen gran cantidad de cueros de hombres llenos de ceniza» (Cieza de León, Primera Parte, Madrid, 1862, capítulo XLIX, página 403). «También hay en los templos figuras de grandes sierpes, en que adoran; y demás de los generales, (ídolos) tenía cada uno otros particulares, según su trato y oficio, en que adoraban: los pescadores en figuras de tiburones, y los cazadores según la caza que ejercitaban, y así todos los demás; y en algunos templos, especialmente en los pueblos que llaman de Pasao, en todos los pilares dellos tenían hombres y niños, crucificados los cuerpos, o los cueros tan bien curados, que no olían mal» (Agustín de Zárate, Historia del descubrimiento y conquista del Perú, Edición de Vedia, Madrid, 1862, capítulo IV, página 465). Por ser poco conocida y muy interesante la relación que de algunas ceremonias de aquellos pueblos, hace Girolamo Benzoni, reproduciremos aquí siquiera una parte: «Mentre ch'io steti in questa provincia, spesse volte per mio passa tempo, andaua per quei popoli d'indiani, cosi fra terra, come alla marina, e intrato un giorno in un casale, detto Chiarapoto, trouai que gl'Indiani stauano nel tempio, facendo i lor sacrifici, e sentendo sonare i tamburi, e cantare certe lor canzoni, desideroso di vedere mi entrai nel tempo, ma subito che gli sacerdote me videro adiratamente, quasi spudandomi nella faccia, mi cacciarone fuora, e vidi un'Idolo di creta fatto in forma d'un tigre, e due pauoni, e altri uccelli, liquali teneuano per sacrificare a'i lor Dei, potria essere che auessero ancora qualche giouaneto, come é il costume loro, peró io non lo vidi» (La historia del Mondo Novo, di M. Girolamo Benzoni, in Venetia, 1572, Libro III, fol. 163); «gli Indiani per vogare, quando restano in calma gettano in mare pane, frutti, e altre cose, come un sacrificio, pregandolo, che faccia venire buon vento» (Obra citada, fol. 165). Confróntese Bernabé Cobo, Historia del Nuevo Mundo, Sevilla, 1892, Tomo III, Libro XIII, capítulo XI, páginas 343 y siguientes. (N. del E.)

 

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Es de grande importancia esta noticia, pues nos da la prueba de que en la costa de Ecuador, en la provincia de Manabí, se practicaba la reducción de las cabezas humanas, como ahora lo verifican los Jíbaros en la Región Oriental, trasandina. Este hecho interesante merece un estudio detenido; y en la presente nota, sólo señalaremos que Zárate habla también de las cabezas reducidas: «y (tenían) clavadas muchas cabezas de indios, que con cierto cocimiento las consumen, hasta quedar como un puño» (Obra citada, capítulo IV, página 465). En cuanto a la manera como los Jíbaros practican la reducción de las cabezas, puede verse: González Suárez, Estudios Históricos sobre los Cañaris, Quito, 1878, Capítulo IV, página 33. Historia General, Tomo VI, Quito, 1901, Libro IV, capítulo VI, páginas 216 y siguientes. E. Festa, Nel Darien e nell' Ecuador, Turín, 1909. Parte Segunda, Capítulo IV, páginas 193 y siguientes. En las obras antes citadas, descríbense también las ceremonias y fiestas de las tzantzas, nombre que se da a estos trofeos.

El doctor Max Uhle observó que en los vasos pintados de Ica y Nazca se representan, como trofeos, cabezas humanas, cuya boca está cerrada por medio de costuras, idénticas a las que los Jíbaros usan para sus tzantzas; y deduce de este hecho, que pudo haber existido una relación entre tribus del Este y del Oeste de los Andes. (La esfera de influencias del país de los Incas, Lima, 1909, Revista Histórica, Tomo IV, página 10). Véase acerca de las cabezas reducidas y de la extensión de esta costumbre, la magistral monografía de nuestro amigo el doctor Rivet: Les indiens Jibaros, Etude Géographique, historique et etnographique; publicose en L'Anthropologie, tomos 18 y 19. (N. del E.)

 

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Abéñolas: anticuado = pestañas. (N. del E.)

 

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Puña: así en el original; debe leerse, la Puná. En la historia del descubrimiento y la conquista del Perú, figura muchas veces la hermosa isla situada en el Golfo de Guayaquil. (N. del E.)

 

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Aún se usan estas embarcaciones llamadas balsas; y la descripción que de ellas hace el autor, es muy exacta. Mucho llamó la atención de los conquistadores este género de barcos y se recordará la sorpresa de Bartolomé Ruiz, cuando vio a lo lejos aparecer una vela, en aquel mar desconocido por el que se había adelantado cuando reconoció el primero, las costas de lo que es hoy la República del Ecuador. Véase lo que dice Benzoni respecto de estas embarcaciones: «In tutta questa costa della marina, gli Indiani sano grandissimi pescatori, le barche che usano tanto per pescare, come per nauigare, sono a modo di zattare fatte di tre, e cinque, a sette, e noue, e undici traui leggierissimi, fatti a modo d'una mano, e quello di mezo e piu lungo che tutti gli altri, ne fanno di lunghe e corte, e casi conforme alla grandezza, e lunghezza, portano le vale» (Obra citada, Venecia, 1572, Libro III, fol. 165).

«E vido venir del bordo de la mar un navío que hacía muy grand bulto, que parescía vela latina... e hallaron que era un navío de tractantes de aquellas partes... en el cual venían hasta veynte personas, hombres e mugeres e muchachos. La manera deste navío era de muy gruessos maderos reatados con sogas resçias de henequen, con su alcázar e retretes e gobernalles, velas e xarçias e potales de piedras grandes, tamañas como piedras de barbero, que sirven en lugar de áncoras» (Oviedo, Historia General de las Indias, Tomo IV, Libro XLIII, capítulo III, página 121). Confróntese: Gutiérrez de Santa Clara, Historia de las guerras más que civiles del Perú, Tomo III, páginas 527 y 528. Herrera, Década III, página 250 y siguientes. Garcilaso, Primera parte de los Comentarios Reales, página 313.

En la rica colección arqueológica de nuestro querido compañero señor Jijón y Caamaño, hay una reproducción en arcilla de una embarcación de los indios de Esmeraldas, muy superior a las balsas usadas por los costeños del Sur. (N. del E.)

 

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En este punto se presenta, por primera vez, el autor de la Relación como testigo presencial de los sucesos que relata. (N. del E.)