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(Del libro Jardín Salvaje)


José de Maturana





Las dos primaveras


Rubia y gallarda viene, mostrando en su carruaje
la luz de mil colores y el sol de sus jazmines,
como una blanca Venus de rústicos jardines
a quien las flores todas le rinden vasallaje.

La mansa maravilla del campo está en su traje,  5
y en su cantar de aurora la voz de los violines...
Tiene los hombros griegos. España va en sus crines,
Italia en sus pupilas, y el mundo en su homenaje.

Tú eres así. Por eso mi potro de conquista
llega a la escalinata del pastoral palacio  10
con la tristeza errante de mi dolor de artista...

Y tras la primavera que a tu placer me arroja,
con la altivez de siempre, te ofrezco su topacio
como una mordedura de mi serpiente roja,

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Carne florida


Puñal de oro, brillante y florentino,
quisiera para hundírtelo en el seno,
y ardiente de pasión, loco sin freno,
tu sangre fuese mi licor más fino.

Quisiera que tu cuerpo diamantino  5
se convirtiese en flor -nardo sereno-
para aspirar su esencia o su veneno
como postrer caricia del destino.

Pintor quisiera ser, de tus perfiles,
para verte, desnuda, en los marfiles  10
de algún blanco taller, carne florida;

y allá en el mármol de tu busto amante,
dejar mi nombre de laurel, triunfante
¡como un beso del Sol para la vida!




Los ojos de la esperanza


¡Madre esperanza!... Gallardo bajel de amor y ventura,
lento cisne en los confines de un lago azul de quimera,
que va esponjando en las aguas sus rosas de primavera
desde el jardín de una gloria que en el oriente perdura.

Lleva luciendo al contorno de su gentil vestidura  5
la sugestión de una zambra soñadora y volandera,
donde encendiese el donaire, bajo el parral, placentera,
la maja de Andalucía con su morisca dulzura.

¡Es la esperanza un navío! Deja que surque la onda
bajo el soplo perfumado de las marinas campañas,  10
como un pescador de perlas, cantando, rumbo a Golconda.

Y abrirán en mis ensueños del amor los triunfos vivos,
para iluminar la seda joyante de tus pestañas
¡donde palpitan tus ojos como luceros cautivos!

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En la sala de juego


Rodeada está la mesa de atentos jugadores,
sobre el tapete oscuro la luz discreta baja;
cien ojos ponen toda su vida en la baraja
y ella es la loca suerte que brinda sus amores.

Hay un silencio extraño. Los graves talladores  5
revuelven de su mazo la pintoresca faja;
las manos dan posturas, el cerebro trabaja,
y suenan las monedas y fichas de colores.

Ya así, la muda reina, Fortuna la inconstante,
girando se halla en torno de cada concurrente  10
como en torno a las luces la mariposa errante.

Y entre monedas, fichas, baraja y suerte loca,
el hombre allí clavado, cual bestia impenitente,
¡no sabe alzar al triunfo la voluntad de roca!