Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
 

1

Aunque Sanz del Río atribuye modestamente su Ideal a Krause, dando a entender es mera traducción del de éste (Urbild der Menschheit, 1.ª ed., Dresde, 1811; 2.ª ed., Gotinga, 1851), hay entre su libro y el del filósofo alemán esenciales diferencias (a más de las que señalan sus notas y comentarios), tanto en el plan, como en partes enteramente nuevas, que faltan en el segundo. Basta comparar los índices de ambos para convencerse de ello. El de Sanz del Río, si bien inspirado en la bella obra de Krause, es una exposición completamente libre de su sentido, acomodada al espíritu de nuestro pueblo y a las más apremiantes necesidades de su cultura.

 

2

Nombrado fideicomisario en sustitución de nuestro benemérito y malogrado amigo D. Miguel Carmona y Aguilar, y conforme a las cláusulas del Testamento.

 

3

Urbild der Menschheit; Dresde, 1811. - XX y 552 folios.

 

4

J. G. Fichte: El destino del hombre; el destino del sabio. -J. Simon: El deber. - F. Huet: Elementos de filosofía moral pura y aplicada; y otros.

 

5

Dividiendo las leyes (Mandamientos) de la humanidad relativas al individuo, en generales y particulares: a) las generales son:

1.º Debes conocer y amar a Dios, orar a él y santificarlo.

2.º Debes conocer, amar y santificar la naturaleza, el espíritu, la humanidad sobre todo individuo natural, espiritual y humano.

3.º Debes conocerte, respetarte, amarte, santificarte como semejante a Dios, y como ser individual y social juntamente.

4.º Debes vivir y obrar como un Todo humano, con entero sentido, facultades y fuerzas en todas tus relaciones.

5.º Debes conocer, respetar, amar tu espíritu y tu cuerpo y ambos en unión, manteniendo cada uno y ambos puros, sanos, bellos, viviendo tú en ellos como un ser armónico.

6.º Debes hacer el bien con pura, libre, entera voluntad y por los buenos medios.

7.º Debes ser justo con todos los seres y contigo, en puro, libre, entero respeto al derecho.

8.º Debes amar a todos los seres y a ti mismo con pura, libre, leal inclinación.

9.º Debes vivir en Dios, y bajo Dios vivir en la razón, en la naturaleza, en la humanidad, con ánimo dócil y abierto a toda vida, a todo goce legítimo y a todo puro amor.

10. Debes buscar la verdad con espíritu atento y constante, por motivo de la verdad y en forma sistemática.

11. Debes conocer y cultivar en ti la belleza, como la semejanza a Dios en los seres limitados y en ti mismo.

12. Debes educarte con sentido dócil para recibir en ti las influencias bienhechoras de Dios y del mundo.

b) Mandamientos particulares y prohibitivos.

13. Debes hacer el bien, no por la esperanza, ni por el temor, ni por el goce, sino por su propia bondad: entonces sentirás en ti la esperanza firme en Dios y vivirás sin temor ni egoísmo y con santo respeto hacia los decretos divinos.

14. Debes cumplir su derecho a todo ser, no por tu utilidad, sino por la justicia.

15. Debes procurar la perfección de todos los seres, y el goce y alegría para los seres sensibles, no por el agradecimiento o la retribución de ellos, y respetando su libertad; y al que bien te hace, vuélvele el bien colmado.

16. Debes amar individualmente una persona y vivir todo para ella, no por tu goce o tu provecho, sino porque esta persona forma contigo bajo Dios y la humanidad una persona superior (el matrimonio).

17. Debes ser social, no por tu utilidad, ni por el placer, ni por la vanidad, sino para reunirte con todos los seres en amor y mutuo auxilio ante Dios.

18. Debes estimarte y amarte no más que estimas y amas a los otros hombres, sino lo mismo que los estimas a ellos en la humanidad.

19. Debes afirmar la verdad sólo porque y en cuanto la conoces, no porque otro la conozca: sin el propio examen no debes afirmar ni negar cosa alguna.

20. No debes ser orgulloso, ni egoísta, ni perezoso, ni falso, ni hipócrita, ni servil, ni envidioso, ni vengativo, ni colérico, ni atrevido; sino, modesto, circunspecto, moderado, aplicado, verdadero, leal, y de llano corazón, benévolo, amable y pronto a perdonar.

21. Renuncia de una vez al mal y a los malos medios aun para el buen fin; nunca disculpes ni excuses en ti ni en otros el mal a sabiendas. Al mal no opongas mal, sino sólo bien, dejando a Dios el resultado.

22. Así, combatirás el error con la ciencia; la fealdad con la belleza; el pecado con la virtud; la injusticia con la justicia; el odio con el amor; el rencor con la benevolencia; la pereza con el trabajo; la vanidad con la modestia; el egoísmo con el sentido social y la moderación; la mentira con la verdad; la provocación con la firme serenidad y la igualdad de ánimo; la malignidad con la tolerancia; la ingratitud con la nobleza; la censura con la docilidad y la reforma; la venganza con el perdón. De este modo combatirás el mal con el bien, prohibiéndote todo otro medio.

23. Al mal histórico que te alcanza en la limitación del mundo y la tuya particular, no opongas el enojo, ni la pusilanimidad, ni la inacción; sino el ánimo firme, el esfuerzo perseverante, y la confianza, hasta vencerlo con la ayuda de Dios y de ti mismo.

 

6

La diferencia entre los pueblos antiguos y los modernos (y más aún los venideros) consiste, para la humanidad, en que aquéllos en sus primeras edades, las que deciden de las restantes, como en el individuo, no pudieron ser educados previamente para la vida histórica que debían realizar; no contaban para ella más que con sus fuerzas y con la ciencia tardía que nace de la experiencia. Pero los pueblos venideros pueden ser preparados y educados anticipadamente por los pueblos hoy cultos que los civilizan para una vida ulterior digna y humana. Esta diferencia es esencial, cambia toda la vida histórica de ser una historia sólo exterior cortada a cada paso y accidentada por dificultades y por oposiciones imprevistas, a ser una historia interior sabida en parte y dirigida bajo plan racional por los actores mismos. Comparemos las condiciones históricas bajo que comienzan su vida los pueblos del Océano Pacífico con las análogas antiguas del griego, el romano y el árabe, y bien podemos anticipar por lo que éstos fueron e hicieron sin educación preliminar, lo que aquéllos serán y harán con ella.

La relación histórica de los pueblos del Océano Pacífico con los pueblos antiguos de la Europa es la de una mitad de la humanidad por educar a la otra mitad educada de la misma humanidad. Esta relación no ha sido hasta ahora tan clara ni tan exenta de motivos egoístas en los pueblos mayores como hoy lo es; por esto hasta hoy no ha sido conocida tan clara, tan obligatoria la ley de esta relación entre unos y otros pueblos, a saber: que los pueblos menores sean educados por los pueblos mayores con amor, con plan racional y con arte; que los pueblos hoy jóvenes sean preparados para su laboriosa carrera, y para cumplir en ella más altos destinos. Esta ley histórica no ha tenido lugar ni ha obligado hasta hoy, porque hasta hoy no ha habido en la tierra pueblos bastante cultos y experimentados para educar como hermanos mayores a otros pueblos. Por eso hasta hoy no se ha despertado la idea de esta misión verdaderamente armónica y humana de la Europa sobre los restantes pueblos de la tierra. -El sentimiento de esta obligación y su cumplimiento despertará nuevas fuerzas antes desconocidas o mal empleadas en nuestra Europa. El reconocimiento de esta misión humana será para los individuos, las familias y los pueblos, un nuevo vínculo de unión y de nobles estímulos. La grandeza de la empresa y la dificultad de educar pueblos nuevos en la idea de la humanidad, aumentará, es verdad, cada día para los pueblos cultos; pero dará alimento sano a su actividad, hoy en parte ociosa o viciada; restañará por la virtud moral de esta acción educadora, muchas heridas que hoy están abiertas; dará nuevo interés y sentido a nuestra historia pasada para hallar en ella y prevenir los casos nuevos y semejantes; y la Europa, reconociendo dentro de sí enfermedades arraigadas que ella sola no puede reparar, terminará su vida particular reuniéndola a la total humana, después de haber sembrado los gérmenes que prevengan en adelante aquellas enfermedades.

Entre los fines nuevos de nuestra civilización, el presente es legítimo y común a toda la Europa, es armónico y fundado en la fe de una sociedad total humana en la tierra. Este fin y el sentido para cumplirlo nos inviste a todos, hombres y pueblos, de un carácter más elevado moral, nos reconcilia con nosotros y con nuestras enfermedades políticas y sociales, indicándonos en la experiencia ajena las circunstancias que a nosotros nos han faltado para realizar antes y ahora la ley humana en nuestra propia vida. Cumpliendo hoy esta ley de la educación de los pueblos jóvenes, los pueblos de Europa dejarán algo sólido edificado para la edad madura de la humanidad, mientras los pueblos antiguos (Grecia y Roma) sólo nos dejaron algunos lineamentos del plan de la vida (en ciencia y derecho), que hemos necesitado asimilarnos laboriosamente para hacerlos fecundos.

De esta manera se cumplirá una parte de la ley divina en la historia; se habrá adelantado un paso más en la edificación del templo humano en la tierra. Ciertamente trabajan ya hoy los pueblos de Europa en esta idea y para su cumplimiento; pero se trata de reconocer esta idea en todo su sentido y en su obligación igual para todos; se trata de obrar cada día en este fin con más claro conocimiento, con plan más concertado y con más fruto.

 

7

Los pueblos del Norte-Europa se interesan más por su vida interior, que los pueblos de la Europa-Sur. A esta diferencia están sujetos los pueblos como los individuos. En los primeros las instituciones humanas han nacido y crecido con más distinción entre sí, y cada una con más clara idea de su fin (la Familia, el Estado, la Iglesia, la Ciencia), y en esta idea y limitación más clara han llegado todas a un estado orgánico y a cierta consolidación: de aquí ha nacido una relación común más libre y más animada entre ellas. En los pueblos de la Europa-Sur ha aspirado cada institución y sociedad particular en su tiempo a absorber en sí las restantes y con esto las ha desnaturalizado y turbado en su desarrollo espontáneo. En aquéllos las instituciones sociales viven más según su idea propia y en el límite respectivo de unas a otras, que es el carácter dominante del espíritu; en éstos viven las mismas instituciones más en el sentido de totalidad y de comprensión respectiva (solidaridad), que es el carácter dominante de la naturaleza. Si la fuerza de unión, la facilidad de asimilación de las instituciones humanas en la baja Europa se reuniera con la espontaneidad, la respectiva limitación, la fidelidad a la propia idea de las mismas instituciones en la alta Europa, el resultado sería una sociedad humana (un pueblo-Europa) de orden superior más orgánica y en sí más completa; la Europa se acercaría más al cumplimiento de su destino en la humanidad. La historia hasta el día no nos ha enseñado más que los resultados funestos de la imperfección antedicha de las instituciones históricas en cada una de estas dos mitades de la Europa. Hoy se pregunta, si esta misma historia no es una indicación de que la vida y cultura del Mediodía europeo lleva en sí imperfecciones que son como un nudo o una cuestión irresoluble dentro de estos pueblos, mientras vivan y obren aislados en el todo; esta cuestión sólo puede resolverse y este nudo desatarse comunicando ambas mitades toda su vida interior bajo una idea y sociedad superior (un pueblo-Europa). Si la historia como parte de la vida ha de tener alguna conclusión, dando a los hombres enseñanza permanente acerca de la ley de Dios en la humanidad, no puede ser otra que la de reconocer hombre con hombre y pueblo con pueblo su límite respectivo (su lado negativo histórico), y con esto reconocer la ley de su unión en la humanidad como un nuevo y más elevado organismo de la vida.

 

8

Ante esta idea de la Ciencia como obra real e interior humana resalta vivamente, cuán lejos está hoy la sociedad científica de un estado orgánico en sí y con las demás instituciones y fines sociales, y de dar los frutos que todos esperamos de ella, como una luz central de la vida. Hasta hoy se ha cultivado la ciencia de un hombre o a lo más de una escuela; pero no se ha cultivado como la ciencia de sociedades superiores humanas, y mucho menos como la ciencia de la humanidad en sociedad sistemáticamente organizada y activa para el fin científico. Y no habiendo tratado la ciencia bajo esta idea social, como vida y obra del todo sobre cada parte, no hemos indagado las condiciones que la humanidad en este su fin común exige de los científicos como miembros dignos de esta sociedad y cooperadores en esta parte de nuestro destino. Tampoco hemos observado, por atender sólo al fin temporal de la ciencia, los gérmenes latentes sanos de una ciencia real, los presentimientos inmediatos de la verdad que como suelo virgen lleva en sí nuestra humanidad y los comunica secretamente como una tradición espontánea y viva del espíritu. No habiendo conocido hasta hoy los científicos toda la idea y el plan de su obra, no habiéndose formado un carácter y vínculo interior permanente (una conciencia y una libertad científica), interrumpida su acción a cada nuevo esfuerzo y renacimiento por accidentes exteriores políticos, obligado el científico a servir a los fines temporales de la vida o descaracterizado por poderes exteriores que han autorizado a veces fines egoístas y antihumanos, vendiendo cara a la ciencia una pasajera tutoría; aguarda hace siglos esta Institución fundamental el día de obtener todas las condiciones y medios legítimos para su fin, en justa relación con los demás fines y sus sociedades respectivas, y en una vida interior igual de todos lados y fecunda en los frutos de su idea propia.

Las consecuencias de no haberse cultivado la ciencia como fin y obra no meramente buena, sino obra fundamental y condicional para nuestro destino, de no habernos aplicado a ella como a una construcción individual y social juntamente, han caído de lleno sobre la ciencia misma. No han aspirado los científicos a buscar el fundamento real (absoluto) de la ciencia, ni el fin real a que conduce como guía, a su modo, de toda la historia humana. Se han contentado con fundamentos segundos presuntivos (suposiciones) dentro de la ciencia misma, sin esperar a que el fundamento real de la verdad se muestre, mediante una indagación metódica, en su verdad objetiva. Igualmente, en su historia propia y en sus relaciones con las demás sociedades fundamentales, ha adolecido la sociedad científica de enfermedades que paralizan sus mejores fuerzas, la presunción de ciencia que apaga el único estímulo legítimo de la indagación; la particularidad del fin que a cada paso vincula la ciencia a intereses de casta, de clase o de la gloria personal. Hoy mismo, las dos direcciones fundamentales científicas, la dirección inductiva a conocer el principio real, y la deductiva a determinar, exponer y aplicar el conocimiento adquirido, estas dos direcciones están sólo ensayadas y parcialmente realizadas, no con igualdad y plan sistemático, no como condición y camino a la vida social y a la realización del destino total humano, ni bajo la acción orgánica de una sociedad fundamental autorizada según la naturaleza del fin y en fuerza de una propia y libre constitución.

Estos caracteres no los tienen los ensayos hasta hoy realizados para enlazar la vida científica con la social. En la ciencia, como obra social humana y luego descendiendo, popular, individual, sólo existe hoy el lejano presentimiento de una sociedad fundamental científica, en la que reuniendo nuestra humanidad, y nosotros en ella, todas las condiciones y medios de conocer la verdad de las cosas y de la vida (fuentes de conocimiento), y organizados en sociedad activa libre y omnilateral para este fin, emprendamos la obra de la ciencia en indagación y deducción (analítica y sintética) como una edificación interior de todo el hombre. La humanidad ha obrado hasta hoy más para realizar las condiciones exteriores (estado y economía social) que las interiores de su humanización. Por esto la historia ha sido política ante todo y sólo en segundo término y en individuos privilegiados ha sido científica o artística; aunque la idea del derecho y su forma, el Estado, no es más fundamental que la idea y sociedad para la ciencia o para el arte, y sólo en la limitación histórica se cumple antes aquella idea y fin condicional, para que en su tiempo se realicen las demás ideas y fines fundamentales, la ciencia, el arte, y demás.

--------------------

Hay en la institución científica (Universidad), llamando así la sociedad humana para la ciencia, una relación continua entre sus funciones particulares y las instituciones correspondientes, relación no por cierto arbitraria, sino nacida de la idea misma de la ciencia como obra y edificación total de su género. Estas funciones e instituciones interiores de la ciencia se reducen a tres: la Biblioteca, la Academia, la Cátedra. La Biblioteca y el bibliotecario, en la colección, conservación y clasificación del tesoro científico, busca con exquisita diligencia lo nuevo y lo antiguo que ofrece la historia literaria, con el solo fin de completar su colección (según el género literario predilecto). Poseído de un espíritu bibliófilo, no perdona pesquisas, gastos ni viajes para enriquecer su tesoro. El interés apasionado, los sacrificios que hace de otros bienes y goces al fin de la busca y conservación de libros, aun sin conocer a fondo su mérito científico, se comunica a sus compañeros de profesión, y forma el espíritu común de la institución. -Pero el libro o escrito salido de las manos del autor, no debe quedar en la biblioteca como cuerpo muerto destinado al simple depósito y conservación, sino que, aparte del contenido científico y de su utilidad en esta razón, forma en la historia literaria (en la que su aparición es un verdadero suceso) una parte viva y muy relacionada con la cultura total del pueblo; y estas relaciones que expresan el valor literario (bibliográfico) del libro, toca al bibliotecario, en sus funciones siguientes a la de colección, conocerlas y aplicarlas a los libros atesorados, en otros tantos juicios histórico-bibliográficos, que continúan la vida del libro como cuerpo literario.

Estos datos y juicios, no internos ni científicos todavía sino sólo literarios, que prestan al libro un aumento de vida latente, pero que realza su mérito tanto más, cuanto más antiguo es (y de que los llamados Índices son un imperfecto principio), se ejecutan por otras tantas funciones bibliográficas, cada una de las cuales pide la aplicación de funcionarios y profesores especiales y tiene su teoría y su práctica correspondiente. Desde luego se distinguen tres aspectos principales en el libro como producción y cuerpo literario, y que el bibliotecario debe determinar en otros tantos capítulos de la estadística y juicio bibliográfico: la relación del libro con las producciones literarias contemporáneas, con el autor como su padre, y con el estado literario del pueblo y del siglo. Estas relaciones, determinadas en la historia bibliográfica del libro (con la aproximación posible) dan al lector y al pueblo otros tantos datos para apreciar el valor relativo literario de la obra y mueven vivamente al estudio y juicio científico.

La tercera y más principal función bibliográfica es la clasificación del libro en órdenes y géneros científicos según la idea que en él se deduce y expone como parte de la edificación científica humana. Este juicio de clasificación, sin ser un juicio interno ni definitivo doctrinal, mira sólo a estimar la obra según el fin que se propuso el autor y el modo del desempeño (el método, la claridad de exposición, el estilo literario), pero refiriéndolo todo con la determinación posible a los géneros correspondientes en doctrina, en método, estilo y demás. Y aunque estos juicios literarios se acercan mucho a la doctrina misma, nace esto de la íntima relación que hay entre la forma y el fondo de toda obra humana, entre el cuerpo y el espíritu; cuanto más que el bibliotecario, decimos otra vez, no juzga directamente ni aun del valor literario del libro, sino que verifica sólo su relación histórica, y la clasifica en géneros conocidos (en lo cual cabe sin duda verdad y error) sin ocuparse de más,

Continuando el libro una vida ulterior en la colección, la determinación y la clasificación bibliográfica, su valor literario crece y renace con el tiempo en vez de menguar y caer en el olvido; adquiere una especie de inmortalidad en la historia de su género; al mismo tiempo facilitan estos antecedentes al lector el juicio científico de la doctrina, lo que ésta adelanta o completa o reforma en la ciencia respectiva, y de todo resulta cada año y siglo más claro lo que en la vida científica o literaria y en la cultura general del pueblo falta cada vez o pide reforma.

En esto último hallamos la relación de la biblioteca y el bibliotecario como institución particular científica con las demás instituciones de la Universidad (en el sentido lato). Esta relación señala el bien real e insustituible que presta la biblioteca en la Institución científica. No juzgamos aquí si la biblioteca (privada o pública, local, provincial o nacional) en sus fines de colección, juicio y clasificación de los cuerpos literarios, corresponde hoy a su idea aun en los pueblos más cultos; queremos sólo determinar esta idea con la distinción que aquí cabe, para que sea reconocida y en tiempo y circunstancias realizada. Ciertamente, el interés mismo en la colección y conservación de los tesoros literarios encierra el presentimiento de su valor real y trascendental para el porvenir; pero no ha de acabar este interés en el mero depósito de cuerpos mudos que abruman la fantasía del estudioso; debemos darles vida para el provecho de las generaciones venideras y por motivo del fin mismo. Hasta el aspecto exterior de los museos bibliográficos debe interesar al estudioso mediante títulos genéricos (fundados en clasificaciones por tiempos o géneros literarios o por pueblos) comunes a muchos cuerpos de libros sobre el título particular de cada uno. Este fin y función preciosa, que encierra muchos grados intermedios, y en algunos es profunda, es la de la biblioteca en la sociedad científica.

El resultado, pues, de esta primera institución universitaria se resume en determinar y continuar sin interrupción los antecedentes históricos para conocer el estado literario del pueblo o siglo en un tiempo dado; acercar a los científicos y al pueblo el conocimiento del límite entre la ciencia sabida (el tesoro científico) y la ciencia por saber. Estos antecedentes son además un patrimonio del pueblo y de la ciencia nacional, y bajo esta ley deben ser comunicados por todos los modos posibles al pueblo. Este es el fin de los llamados: catálogos, índices, manuales bibliográficos; y ya se entiende cuánto distan de su idea los ensayos hechos hoy en este género. Los más suelen publicarse por comerciantes de libros para llamar compradores, no por hombres de profesión para despertar e ilustrar el interés científico. De los llamados catálogos o índices de las bibliotecas públicas; de los reglamentos prohibitivos (que tal nombre merecen), de las condiciones hasta hoy exigidas a estos funcionarios y verdaderos profesores, no queremos hablar, puesto que el estado de esta institución entre nosotros tiende, aunque lentamente, a mejorarse.

Otra forma de la actividad científica y una institución, correspondiente llama después de sí y por sus resultados la biblioteca. Esta función es la de la indagación, discusión y juicio científico, funciones particulares comprendidas bajo el nombre común de: Academia. La Academia es el centro activo, el Foco ardiente de la vida científica. En el encuentro animado y a la vez respetuoso de caracteres intelectuales y modos de ver diferentes, en el interés vivo y actual de las cuestiones que el siglo y el pueblo debe tratar cada año y día, se despierta poderosamente el espíritu crítico, se interesa el ánimo, se engendra un calor vivo y fecundo de donde nacen las inspiraciones del genio, los arranques de la fantasía, que exaltan en nosotros el presentimiento de la verdad amortecido o lejano, y que estimulan las resoluciones elevadas, las tareas tenaces y heroicas para el progreso científico-humano.

Este movimiento de la vida académica, regularizado por la unidad del fin común, es el que anima y extiende la esfera de la indagación y da alimento al estudio privado. Pero la Academia no es, como tampoco la Biblioteca, una institución para el fin simple de la discusión, y estacionaria en este fin; antes encierra en sí fines muy varios, y cada cual propio, pidiendo en consecuencia modos de obrar (instituciones académicas) diferentes. Aparte de la división de la Academia, como sociedad personal científica según el pueblo, o ciudad, o localidad, o según el género científico (el objeto), contiene esta función principal en su forma de obrar divisiones y fines segundos que piden funciones relativas, si aquélla ha de ser una institución orgánica en su género. Así, el fin de la proposición (la cuestión) para la indagación constituye un primer modo de la actividad académica y que es de distinta naturaleza que el de la discusión viva, el del resumen y juicio definitivo (consulta, definición). Cada fin de estos pide cualidades y aun preparaciones diferentes, y la vida científica, organizándose conforme a su objeto, no para ganar a toda costa resultados prematuros, debe sujetarse en la organización académica a estas condiciones. La Academia no entrará en su acción legítima y útil, como institución particular y relativa en la Universidad, ni dará resultados permanentes, sino cuando viva en efectiva relación con la vida del pueblo, o mejor, cuando el pueblo goce una cultura bastante elevada, para producir espontáneamente este fruto interior y precioso de su vida intelectual, de toda su civilización.

El resultado efectivo de la Academia y su actividad como función interior universitaria se puede resumir en el conocimiento junto con la convicción de una verdad o verdades que faltaban por saber, halladas mediante una cuestión oportuna, una indagación libre, una discusión contradictoria y un juicio definitivo sobre la cuestión (una definición científica).

Pero la verdad y cada verdad hallada debe ser puesta en relación, como parte de una deducción sistemática, bajo un principio particular y supremamente bajo el principio fundamental (el conocimiento de Dios y del mundo y el hombre en Dios). En consecuencia, debe ser expuesta en forma de doctrina científica, y esto hecho, debe la doctrina tomar forma exterior en su relación con la vida del pueblo, y la contemporánea; debe dar luz y guía para la conducta práctica. La exposición de la verdad conocida en forma de doctrina tiene además de este fin exterior, el interior de la tradición y continuación de la historia científica como una vida de su género en el todo.

Para ambos fines, el de la tradición interna científica y el de la comunicación exterior social, contiene la Universidad una función de diferente naturaleza que la de la Biblioteca y la Academia. Fundan, pues, estos fines una tercera institución científica, a la que, a falta de otro nombre, se puede dar el nombre de Cátedra, y al funcionario de este fin, Catedrático (Expositor-Profesor).

La ciencia en el Catedrático toma el carácter predominante de arte científico, esto es: exposición mediante el lenguaje, y por los modos más claros y bellos, de la verdad conocida y sistematizada. Una vez que la Biblioteca y la Academia han llenado su fin respectivo y dan sus naturales resultados como instituciones preparatorias de la Cátedra, el fin de ésta aparece claro y bien determinado. El Catedrático concierta en parte la doctrina científica con el estado del pueblo, sobre el que debe ejercer influencia efectiva intelectual. Busca, pues, con diligencia y ensaya todos los medios de exposición clara, animada, con que despierte en el auditorio (según el género y cultura de éste) la atención, el interés serio, y en cuanto cabe la convicción. El Catedrático sabe que su influencia se limita a breves momentos, que la doctrina hace en él y en su palabra sólo una aparición momentánea ante el público, y aplica todo su esfuerzo a que esta aparición sea viva y bien caracterizada en su forma (el lenguaje, la expresión), y si vale decir, solemne. Sólo con estas condiciones, la Cátedra y la exposición del Catedrático dejarán impresiones durables, que el oyente puede confirmar y madurar en los demás centros de la vida científica.

Por lo demás, la Cátedra, como una función orgánica de la Universidad, admite en su idea, además de los dos fines indicados, otros muchos segundos que modifican el método y la forma de exposición; y esta determinación del fin es tanto más importante en la Cátedra, porque la enseñanza debe estar en relación continua con el auditorio a que se dirige; el Catedrático se constituye en un artista científico.

En todo lo dicho se observa, que el libro y el carácter del autor acompañan como condición inseparable y órgano de las funciones correspondientes de la Universidad. Sólo en esta relación viva y continua tiene el libro su pleno sentido y su fin útil como medio científico y caminará siempre al lado del fin actual que debe cumplir en general y cada vez. El libro y el autor aislado están fuera del espíritu del Instituto científico-humano, porque no viven en correspondencia activa con las funciones restantes ni en el conocimiento de sus necesidades presentes, para hacer su parte de obra útil al fin. Sin embargo, los libros científicos en la forma que han tenido hasta el día, y mientras la Universidad no tiene vida libre y orgánica en sí como el pueblo, han sido necesarios a la conservación de la tradición intelectual. En adelante y según que esta Institución fundamental adquiera su estado orgánico, el libro acompañará al bibliotecario en la forma de manual bibliográfico con sus diferentes géneros de Índice, estadística, clasificación; al Académico acompañará en la forma de Diario, Revista, Anales, y bajo la relación interna en la forma de Cuestionario-meditatorio, diálogo y definitorio; al catedrático acompañará en la forma de Manual, Doctrinal, pero empleando en todos el Arte como medio de exposición y propagación de la verdad conocida: Ejemplos, Analogías...

Tales son las relaciones internas que ligan unas a otras y motivan de unas en otras las funciones de la sociedad científica como una institución fundamental para su fin (Universidad) en el pueblo y en la humanidad. Realizando aproximadamente estas relaciones, ha adquirido la ciencia en Alemania carácter orgánico, fuerza de vida y aquella correspondencia con la cultura del pueblo, que es fundamento firme y fuente riquísima de progreso. Nosotros también, reconociendo estas relaciones, procurando hacerlas verdaderas en nuestro pueblo, veremos un día juntarse los miembros de este cuerpo hoy mutilado, recobrar una vida superior, en justas pero libres relaciones con las demás Instituciones fundamentales y con nuestro pueblo todo, y capacitarse para dejar la tutela que hoy comienza a serle embarazosa y dañar al libre desarrollo de sus fuerzas. Esta vitalidad interior y la consiguiente Mayoría debe ganarla la ciencia por sus esfuerzos y en una actividad latente, bajo la cual la tutela exterior política se convierta algún día en otra relación más igual y más eficaz para ambos fines y sociedades, la del concurso libre de ambas y sus miembros, cada cual a su modo, para el fin común del pueblo. No prevemos, pues, un estado de oposición entre la sociedad científica y la política (la Universidad y el Estado), sino un orden de relaciones superiores más sanas y más bienhechoras que hasta aquí. Por lo demás, el Instituto científico seguirá la misma ley histórica que las demás Instituciones fundamentales que han vivido y viven en parte todavía bajo tutela semejante: la vida y sociedad moral, la vida y sociedad artística, la vida y sociedad económica humana.

 

9

¡Observad las producciones del artista moderno, que concibe y da a luz su obra aislado las más veces de su familia y sociedad natural, movido por estímulos exteriores, la gloria del día, la riqueza, la profesión mirada como fin económico, la necesidad del momento... trabajando las más veces para un juez incompetente, distraído, o para el juicio pasajero del público, y comparad lo que este mismo artista haría en el comercio continuo con sus iguales dentro de esta gran familia a que pertenece, obrando por motivos generosos y para jueces atentos, competentes y definitivos! En fe de nuestra naturaleza podemos asegurar que el artista y el poeta, obrando bajo estas condiciones, se elevarían pronto al nivel de sus jueces. El individuo y las familias o amigos artistas se propondrían representar en bello ideal, según el género predilecto, su carácter propio (su genio) ante su ciudad o su pueblo; y el carácter poético de su pueblo delante y en competencia con otros pueblos en una no menos bella, ni menos fecunda sociedad nacional artística. Nosotros vemos esto en un lejano porvenir, y antes de ello restan que vencer no pocas limitaciones y preocupaciones individuales, locales, nacionales y más adelante en esta gran familia humana, la sociedad para el arte; pero la historia de la humanidad y la historia particular poética hasta hoy nos aseguran este porvenir. Ni el asiático, ni el americano, una vez educados en el sentido universal humano, querrían desdecir del culto alemán o inglés, ni querrían quedar atrás en la concepción y expresión del bello ideal según su carácter propio en otras tantas obras geniales. La educación acortará las distancias: lo demás lo hará la libertad y el progreso de la vida.

 

10

El artista y el científico no deben comunicar en razón de su fin como individuos aislados con el Estado y sociedad política, sino mediante su respectiva sociedad, y representados por ella, según las relaciones recíprocas lo exijan para los fines comunes. Esta es la ley orgánica de dichas sociedades, y en la que, bajo la libertad del Todo, conservan los individuos respectivos la libertad (la dignidad) de su fin para con la sociedad extraña. El Estado en su fin exterior, diferente del fin interior de la ciencia o el arte, mira y trata al artista o al científico bajo el fin exterior político, y con esto interrumpe frecuentemente el desarrollo espontáneo de la sociedad científica y artística, limita la independencia de estas profesiones y a veces descamina y pervierte el carácter de sus miembros (la conciencia científica y artística), distrayéndolos a fines e intereses ajenos. Nace de aquí, que estas dos sociedades fundamentales pierden su fuerza interior, y desestiman su libre constitución, que les impondría una más alta y grave responsabilidad ante el pueblo, que la dependencia en que hoy viven por cuenta en parte y responsabilidad ajena. La idea y la historia nos muestran aquí una enfermedad profunda en la constitución social-humana, cuyo remedio pide largo tiempo y duras pruebas.

El Estado no buscando, y no pudiendo buscar, en la ciencia y el arte más que la relación condicional y la temporal, seca de raíz la idealidad en estas sociedades, con lo cual además se daña el Estado a sí mismo, privándose de la fuerza interna que la ciencia y el arte, constituidos como sociedades fundamentales al lado del Derecho y el Estado, darían a éste en su fin propio: la sanción moral de las leyes. Diciendo el Estado, no pensamos el Estado político aquí o donde quiera, el de hoy o el de ayer; mucho menos pensamos el gobierno en el estrecho sentido, esto es, el Estado en acción, sino el Estado en su idea, como la sociedad para las condiciones libres y recíprocas del destino humano. El Estado en condiciones imperfectas históricas debe obrar como obra, y en edades anteriores ha obrado útilmente, sujetando a sí más o menos las demás sociedades fundamentales; pero su tendencia a hacer absoluto su fin y modo particular de obrar, puede alguna vez dañar al fin interno de las demás sociedades correlativas, y al fin del todo.