
Hipermedismo, narrativa para la virtualidad
Doménico Chiappe
La cultura escrita
se enfrenta a un nuevo eslabón en su cadena evolutiva, que
comprende un complejo recorrido que comienza con soportes
rígidos como las tablas de arcilla. Con la virtualidad
creada por tecnologías que modifican el patrón
temporal y espacial de los soportes anteriores, se presenta una
extraordinaria plataforma que invoca un complejo cambio. Cambio que
afecta a todas las instancias de la escritura, incluyendo la
literatura, terreno creativo donde se está «forzando una nueva conceptualización de la
teoría y prácticas literarias [...] La materialidad,
lejos de quedarse atrás, interactúa en cada punto con
las nuevas formas que la literatura está adoptando a medida
que se dirige hacia la virtualidad»
.
Hasta ahora, las
formas literarias han estado sujetas a las ventajas y limitaciones
del libro códice, que «es ya una
máquina de confinamiento de información muy
evolucionada, con un funcionamiento muy satisfactorio [...]: La
alta densidad de almacenamiento, su aceptable resistencia al paso
del tiempo y, al fin, la consecución de la ubicuidad con el
libro impreso»
. Ahora ha irrumpido otra tecnología
que amenaza la hegemonía del códice pero que, sin
embargo, plantea la pregunta: ¿las características de
este novedoso soporte serán suficientes para producir una
nueva retórica, afectar el proceso creativo, modificar la
estructura del mercado e, incluso, cambiar la idea que tenemos del
concepto de «autor»? «No
sabemos hasta qué punto las nuevas tecnologías
acabarán siendo una verdadera amenaza para la literatura tal
como hoy la conocemos, o si, por el contrario, la idea que tenemos
de la literatura y sus instituciones se verá perturbada
positivamente cuando dejemos de identificar literatura con su
soporte actual de difusión, el medio impreso y, más
concretamente, el libro»
. Se identifica, sí, el
alcance de lo que Roger Chartier califica de «revolución digital»
: «en cuanto al orden de los discursos, el mundo
electrónico provoca una triple ruptura: propone una nueva
técnica de difusión de la escritura, incita a una
nueva relación con los textos, impone a estos una nueva
forma de inscripción. La originalidad y la importancia de la
revolución digital estriba en que obliga al lector
contemporáneo a abandonar toda herencia ya que el mundo
electrónico no utiliza la imprenta, ignora el libro unitario
y está ajeno a la materialidad del codex. Es al mismo tiempo una
revolución de la modalidad técnica de la
reproducción de lo escrito, una revolución de la
percepción de las entidades textuales y una
revolución de las estructuras y formas más
fundamentales de los soportes de la cultura escrita».
Antonio
Rodríguez de las Heras sostiene que el espacio virtual que
contenga nuevas formas de literatura «seguirá siendo libro porque cumple su
función de confinamiento. Comprendo que una visión
más exigente sobre la entidad del libro rechace el que
sigamos hablando de libro cuando no hay papel, no hay tinta, no hay
sensación táctil»
. Otros autores, como
Jorge Luis Borges, también niegan que para hablar de libros
haga falta la existencia del papel y la tinta: «No me interesan los libros físicamente
(sobre todo los libros de los bibliófilos, que suelen ser
desmesurados), sino las diversas valoraciones que el libro ha
recibido»
.
Con el libro
códice, la experimentación narrativa y poética
de los últimos años no aspiró a traspasar el
espacio que imponía el formato. Guillermo De Torre enumera
las «literaturas de vanguardia»
del siglo XX: Futurismo, expresionismo, cubismo, dadaísmo,
superrealismo, imaginismo, ultraísmo, personalismo,
existencialismo, letrismo, concretismo, neorrealismo, iracundismo,
frenetismo, objetivismo... exploraciones todas limitadas al
continente del libro códice. Una cárcel cuyos
barrotes han sido fundidos por el espacio digital o virtual, que
exige una expresión propia. Y tal vez éste sea el
principal elemento diferenciador entre las vanguardias del siglo XX
y la narrativa digital, el libro electrónico, la literatura
multimedia, la novela hipermedia, el hipermedismo literario, o como
quiera que se le llame: que no se trata de una ruptura con la
tradición sin más aliciente que la ruptura misma,
sino de una necesidad, impuesta por la existencia de un nuevo medio
muy popular: «La concepción de
otras formas de escribir en pantalla que no reproduzcan lo que
venimos haciendo sobre el papel puede hacer más
cómoda la lectura y también conseguir capacidades
expresivas nuevas que el papel y la página no
permiten»
. Así, la inventiva viene requerida por
el soporte, verdadero incitador en la búsqueda de esta nueva
expresión, pues «la particularidad
'informática' de la literatura no está circunscrita a
una forma literaria en particular, sino que más bien reside
en una concepción de la obra»
.
En este trabajo se asume que la literatura no está necesariamente sujeta a la cultura textual, pues el quehacer literario se remonta a la oralidad, entendiéndose por literatura la capacidad de la humanidad para abstraer la experiencia y la realidad y, en el caso de la narrativa, convertirla en historias de ficción que contengan una valoración, particular y explicativa, sobre los enunciados universales que se presentan en la realidad.
Con la nueva
plataforma, «nos encontramos ante la
posibilidad de reinventar el sistema literario, es preciso no
confundir el medio -el libro- con el modo -la cultura literaria
moderna- [...] El cibertexto es un concepto que no se limita a la
textualidad informática, como lo literario no debe limitarse
al soporte libro. Es una categoría textual ampliada, no
encerrada en un género literario de una u otra
índole»
. Y la exploración de nuevas formas
expresivas es parte de la creación literaria desde siempre:
«La demanda del mercado del libro es un
fetiche que no debe inmovilizar la experimentación de nuevas
formas [...] La literatura nunca hubiese existido si una parte de
los seres humanos no tuviera una tendencia a una fuerte
introversión, a un descontento con el mundo tal como es, al
olvido de las horas y los días, fija la mirada en la
inmovilidad de las palabras mudas [...] La literatura sólo
vive si se propone objetivos desmesurados, incluso más
allá de toda posibilidad de realización. La
literatura seguirá teniendo una función
únicamente si poetas y escritores se proponen empresas que
ningún otro osa imaginar. Desde que la ciencia
desconfía de las explicaciones generales y de las soluciones
que no sean sectoriales y especializadas, el gran desafío de
la literatura es poder entretejer los diversos saberes y los
diversos códigos en una visión plural, facetada del
mundo»
.
Ante las diversas
manifestaciones literarias, Hipermedismo, narrativa para la
virtualidad estudiará la narrativa hipermedia y, sobre
todo, la forma que adopta este género en el soporte digital
y en su espacio de interfaz, la pantalla. «Son muchas las cuestiones abiertas por la
literatura hipertextual. Se cuentan entre ellas las que conciernen
a la ordenación y disposición del texto
electrónico, a su delimitación (o ausencia de ella),
a las formas de inicio y cierre, a la progresión de la trama
(o de las tramas múltiples que conviven de forma no
sucesiva), o a la construcción (e incluso el número
estable) de los personajes. Otras se refieren a las actividades de
los lectores de hipertextos, o hiperlectores, y a las implicaciones
de los hábitos lineales de la lectura, y, por supuesto, las
que conciernen a los hiperautores»
. Se evitará,
por tanto, dirimir acerca de la poesía electrónica
(e-poetry) o
de otras formas artísticas sometidas también a la
influencia de la tecnología actual, como el net-art.
Como la
poesía, como el cuento y la novela; en esta tesina el
hipermedia será considerado un género literario
debido a que posee sus propias reglas narrativas, aun cuando
algunos autores no lo consideren un género como tal, ya que
sus creaciones «no comparten un principio
de producción calculada»
, ni «una unidad obvia ni estética,
temática, historia literaria, o incluso tecnología
material»
.
En el concepto «literatura hipermedia» se utilizan los términos «literatura» porque produce arte y conocimiento a través de la palabra, e «hipermedia» porque conjuga en su definición dos características esenciales del nuevo estilo: lo multimedia, que consiste en narrar a través de la combinación de las artes, y lo interactivo, que permite al lector poderes de decisión sobre los itinerarios de lectura y, en algunos casos, sobre el contenido.
Una de estas posibilidades que comprende esta definición consiste en crear planos narrativos mediante la utilización de música e imagen. Planos narrativos que contarán, a su vez, la misma historia que cuenta la narrativa pero desde un punto de vista diferente. No se trata del simple enriquecimiento ni de una sustitución. Se trata de contar historias de una manera a la que no está acostumbrado el consumidor habitual de literatura. Pero aunque existen otras artes involucradas en una narración hipermedia, en la obra literaria es la palabra escrita la que representa el primer nivel de la retórica, la sala por donde el lector se relacionará con los contenidos. Por lo tanto, los vocablos textuales sirven de «puertas de entrada» a otros planos narrativos como música, plástica, fotografía. La importancia del vocablo exacto se potencia en la literatura hipermedia, donde las palabras se acomodan a su nuevo medio. Si, por ejemplo, el primer nivel de la retórica fuera la música, se hablaría de sinfonía multimedia. Si fuera la imagen, de arte multimedia. Y la intención variaría, pues en el caso del arte o de la música, la finalidad no es contar historias.
Para lograr esta
nueva expresión que surge detrás de la pantalla, y
que modifica los patrones de percepción, interés y
tiempo del lector, no basta con producir un texto ni un sonido ni
una animación, ni que se combinen entre sí, sin mayor
coherencia, pues la obra artística, sin importar
cuántos autores intervienen, depende de que se logre
transmitir una intención. En el caso del hipermedia, se
aprovecha un «medio adecuado para
representar aquella información poco o nada estructurada que
no puede ajustarse a los rígidos esquemas de las bases de
datos tradicionales. Además permite estructurar la
información, jerárquicamente o no [...] y facilita
diferentes modos de acceso a la información»
.
La libertad
contenida en esta forma de expresión permite que la
literatura hipermedia asimile los géneros literarios
anteriores, como sucedió con la novela durante el auge del
existencialismo, en que «a sus
límites violados se incorporan elementos muy
dúctiles, de líneas estiradas ahora más que
nunca: ensayismo, filosofismo»
. El hipermedismo narrativo
puede combinar la poesía con la prosa; el relato
brevísimo con el ensayo. Los utiliza en su propio beneficio,
sin ningún respeto por las convenciones. Al no tener
patrones de conducta heredados de la antigüedad, lo hipermedia
se permite romper las fronteras de las demás artes y medios
tradicionales, para combinarlos y presentarlos en una plataforma de
gran alcance, como lo es su formato tecnológico, que para
unos representa «el medio de
representación más poderoso que se haya
inventado»
.
Convenido el
término «literatura hipermedia», para denominar
al género literario que combina la cualidad multimedia con
la interacción del lector, se pueden establecer distinciones
según la extensión del relato. Estas definiciones
resultan arbitrarias, por supuesto, como cualquier nombramiento que
se intente. Como el de E. M. Forster, quien define a la novela como
una ficción en prosa cuya extensión «no debe ser menor a las cincuenta mil
palabras»
. Para una escritura convencional el concepto
tiene validez. Pero no para lo hipermedia. En lo hipermedia la
valoración que se guíe por la cantidad de palabras no
tiene cabida, pues el texto reunido puede ser escaso y, no
obstante, abarcar numerosas tramas y capítulos. Leer
cincuenta mil palabras en pantalla requiere un esfuerzo de lectura
que contrariaría el fin primordial de la novela: el
disfrute. O como dijera Vladimir Nabokov: «Una obra de ficción sólo existe si
me proporciona lo que llamaré, lisa y llanamente, placer
estético»
.
Un
parámetro para definir la novela consiste en verificar la
existencia de tres o más tramas diferentes y complejas que
interactúan en un mismo espacio o tiempo, unidas por la
coherencia y la lógica. En el caso de la novela hipermedia,
además debe poseer una «estructura
acumulativa, modular, combinatoria [...] El puzzle da a la novela
el tema de la trama y el modelo formal»
. Entonces, para
ficciones narrativas de varias tramas se considerará el
término «novela», debido a que lo hipermedia
permite un novedoso enfoque a la polifonía,
característica primordial de la novela de todos los tiempos.
Para historias de una o dos tramas se puede aplicar el
término «cuento hipermedia».
En
Hipermedismo, narrativa para la virtualidad, el contenido
está dividido en tres capítulos, que abarcan desde el
proceso histórico que permite la existencia de nuevos
recursos aplicables a la narrativa hasta las claves de este
género literario que aún no goza, siquiera, de un
nombre universal. En todo caso, una novela o una obra narrativa,
sea hipermedia o no, «debe ser
poesía por todos lados. La poesía es en realidad,
como la filosofía, una armoniosa disposición de
nuestro espíritu»
, ya sea que exista en un
período de transición o en los lapsos de estabilidad
tecnológica.
La primera parte, La gestación de un género narrativo, resume cómo ha incidido el uso de la tecnología sobre la manera de escribir y publicar, lo que demuestra que lo que se vive ahora no ha sido muy diferente a lo sucedido en anteriores estadios de evolución literaria, incluyendo la resistencia cultural a la que se enfrenta. También se recuerdan obras que ahora son vistas como precursoras del estilo hipermedia y se relata la búsqueda de los narradores hipermedia por obtener un discurso propio.
La segunda parte, Del papel a la pantalla. Hipermedismo literario, intenta organizar las claves narrativas que exige el soporte: la concisión que exige el espacio que ofrece la pantalla; la comunión de las artes no sólo textuales, una convivencia en la que cada una sostiene un plano narrativo distinto y que explora las posibilidades de que la literatura prescinda del texto; la utilización del hipertexto, que permite plegar los contenidos; el carácter lúdico y la interacción del lector, que reta la convención del discurso lineal impuesto desde la antigüedad. En el tercer capítulo, Las condiciones del hipermedio, se presenta la visión de los creadores y los retos que se presentan cuando sus obras son expuestas a los lectores, algunos entusiastas y otros no. Y sobre todo se explora en el proceso creativo que surge en la creación de una literatura que rompe con el modelo del autor solitario, para realizar producciones que involucran a equipos multidisciplinares y que, además, facilita la creación de comunidades para la escritura colectiva. En la escritura de cada una de las tres partes se emiten enunciados concluyentes de las ideas desarrolladas en los capítulos que las conforman, por lo que se considera innecesaria la redacción de una conclusión general al final del trabajo.
Este trabajo pretende una aproximación al escritor de hipermedia, por medio de sus obras publicadas, la mayoría en internet, más que debatir las teorías sobre el hipermedio y su repercusión en la literatura. Aunque el primer paso de la investigación fue consultar los fondos bibliográficos existentes sobre hipertextualidad, se ha hecho énfasis en las obras literarias hipermedia que se han encontrado en la exploración «de campo», realizada en internet. Tal fase de la investigación ha permitido alcanzar otro de los objetivos de esta tesina: la revisión del universo hipermedia hispano en internet, para no redundar en la bibliografía citada por autores anglosajones. Sin embargo, no se tiene la intención de mostrar un catálogo de obras que bien pudieran ordenarse bajo diversas categorías: «impreso en papel», «publicado en internet», «multimedia sin interacción», «interactivo sin multimedia», «hipertexto», «hipermedia» e «inclasificable». Por el contrario, cada obra incluida en este trabajo se menciona porque ayuda a mejorar, con ejemplos, alguno de los puntos desarrollados y, por tanto, se encuentran dentro de los capítulos convenientes, aunque no por eso no hubieran podido estar en algún otro, quizás previo, por lo que el lector con conocimiento le echará en falta, o posterior, con lo que bastará con recordarlo.
Los formatos utilizados por la literatura para presentarse, y la transmisión del conocimiento por medio de la palabra escrita en general, ha estado influenciada por los avances tecnológicos de cada era. Avances que se popularizaron gracias a un proceso gradual y tranquilo, sin abruptos sismos, debido a conllevar inmensos cambios culturales y económicos para la población. La primera transformación que sufrió la literatura debido a la tecnología sucedió con el paso de la cultura oral a la escrita.
El descubrimiento
de soportes manejables y duraderos para lo escrito allanó el
terreno para la suplantación de la oralidad. No obstante, la
oralidad «seguiría
desempeñando un papel destacado incluso más
allá de las fronteras medievales»
, pues «las prácticas orales y escritas
existieron simultáneamente, siendo a veces incompatibles,
pero rara vez criticándose o enfrentándose. La gran
equivocación está en imaginar una ruptura brusca
creada por un desarrollo único en la sociedad que separa el
antes y el después»
.
Una vez que la
cultura escrita afinca sus raíces en el sistema social, se
enfrenta a nuevas evoluciones. La más significativa
sería el paso del rollo al pergamino, que permitiría
la existencia del códice, pues «la
página como espacio de lectura y escritura aparece con el
pergamino»
. La implantación del códice
proveía ventajas suficientes para facilitar su
imposición: su tamaño era más manejable,
poseía más capacidad de almacenaje y mayor
versatilidad, pues las páginas podían ser separadas,
unidas, ordenadas y consultadas con más facilidad que el
rollo. A pesar de estas razones, se «produce rechazo entre los usuarios del rollo
sobre el papiro, habituados a un espacio más abierto y
continuo. La página se presenta como un espacio más
rígido, que oculta información que está en las
siguientes páginas y que para pasar a ellas tiene que
desaparecer primero la información que se tiene presente
sobre esa página. En cambio, la escritura en rollo permite
extender más o menos la superficie escrita a los ojos del
lector»
.
Hizo falta que
transcurrieran cuatro siglos para que el libro códice
encontrara su modelo tecnológico ideal y dominara sobre el
rollo. «En algún momento de los
primeros siglos de nuestra era, comenzó, de pronto, a tomar
forma la idea de hacer un soporte literario formal de
páginas atadas según el modelo de la tablilla de
cera. Aunque el códice -éste es el nombre que se le
dio en la antigüedad a este soporte- podía tener
páginas de papiro o de pieles de animales, en la
práctica comenzó a extenderse el uso de pergamino y
vitela. El uso de esta forma de códice para textos
literarios llegó a ser considerable en el siglo II, en el
siglo III se impone y en el siglo IV el códice había
ganado la batalla: de los manuscritos griegos que nos han quedado
del siglo II, el 99% son rollos; de los manuscritos del siglo V que
han llegado hasta nosotros, el 90% son
códices»
.
Ni el rechazo
inicial ni la lentitud de la implantación de la nueva
tecnología mantuvieron vivo el uso del rollo. «Con la aparición del códice, el
rollo desapareció en sus formas y usos en la
Antigüedad. Si continuaron utilizándose los rollos
durante la Edad Media no fue para los mismos fines que el
códice, por el contrario, sus usos se limitaban a los
ámbitos administrativos o archivísticos. [...] En
algunas situaciones una nueva forma de inscripción y
transmisión de lo escrito sustituye casi completamente a la
antigua, y en otras nos encontramos ante la coexistencia de ambas
formas [...] Históricamente observamos cómo los
autores que escribían sus textos para ser recogidos en
códices encontraban muchas dificultades para liberarse de
las divisiones textuales del rollo. El concepto del libro, en
términos de una división textual, a menudo retomaba
una división material, es decir, una cantidad de texto que
anteriormente correspondía a un rollo y que se transformaba
en un libro en el sentido textual dentro de un
códice»
.
El libro
códice se enfrentó a otro gran giro cuando en 1455
Gutemberg inventó la imprenta y amenazó a la cultura
del manuscrito, arraigada desde la existencia de la cultura
escrita. Transcurre casi medio siglo para que los libros impresos
encuentren una faz convincente y superen esa fase, que duró
hasta 1501, en que los resultados de la imprenta recibieron el
nombre de «incunables». «Esta
palabra deriva de la palabra latina para "pañales"
(incunabula) y se usa para
indicar que estos libros son el producto de una tecnología
todavía en su infancia. Se tardó cincuenta
años de experimentación o más en establecer
convenciones como los tipos de letra más legibles, la
corrección de pruebas, la numeración de
páginas, los párrafos, las páginas para los
títulos, los prefacios y la división de
capítulos, que juntos convirtieron al libro impreso en un
medio coherente de comunicación»
.
No sólo el
trabajo del copista se vio transformada con la
industrialización del proceso de producción del
libro. Su inusitada difusión permitió que la
escritura, «nacida como un signo negado y
restringido a una minoría -inicialmente la de los escribas
del Próximo Oriente Antiguo-»
, permeara en
escalafones inferiores de las sociedades, recorriendo una senda de
«democratización y
extensión social»
. Superó los
obstáculos que se interponían a la universalidad
prometida por la imprenta que requería de una
instrucción pública, «que quebrase el control
de la Iglesia sobre la enseñanza», y la existencia de
una lengua común, que no podía ser el idioma
científico ni la matemática que dividiría las
sociedades en dos clases desiguales, la de hombres que conocen esa
lengua y poseen la sabiduría y la de quienes no la conocen y
se privan del los demás conocimientos. La imprenta
también trajo consigo la idea de que la autoría era
una propiedad y generaba derechos sobre su divulgación, idea
que derivó en no pocas disputas entre las partes
involucradas, como los libreros-editores y los escritores, que en
1760 lleva a Diderot a asegurar que el derecho del autor a poseer
su obra es la misma que tiene cualquier propietario sobre sus
bienes. «La propiedad intelectual y los
derechos de autor son un caso particular, pero que se adapta muy
bien a la tecnología de la imprenta en cuanto a que
ésta promueve el aislamiento de los textos y, por tanto, su
atribución a autores individuales»
. De igual forma
varió la manera de ver al libro. Antes era un producto
alterable convertido desde ahora en «textos cerrados, completos y finalizados, como
recipientes del pensamiento definitivo de su autor»
.
Estas alteraciones
en la manera de concebir los productos literarios logran que
«el intelectual y el artista estén
cada vez menos sometidos a la humillante dependencia de mecenazgos
y subvenciones y comiencen a disponer de una cierta independencia
económica gracias a la expansión de la industria
editorial. Si tiempo atrás Defoe había cedido los
derechos de su Robinson Crusoe por tan solo diez libras esterlinas,
ahora Hume puede ganar más de treinta mil con su Historia de
Gran Bretaña [...] Naturalmente, el mercado editorial
produce también nuevas formas de reacción y
frustración»
.
Surge así
el mercado del libro, que encontró un filón de
mercado interesante en el género novelístico, que en
el siglo XVIII se encontraba en la periferia del sistema literario.
Ante su surgimiento, los seguidores de la literatura hasta entonces
tradicional se enfrentan a lo novedoso, con reservas tan arraigadas
como las de los defensores del rollo: «El
texto narrativo novelesco es considerado como un anti-texto que hay
que destruir, tanto para la literatura canónica amenazada
por las pretensiones literarias de este último como para la
cultura canónica en general, para la cual representa una
serie de valores negativos, principalmente lo 'no verdadero' y lo
'no serio»
. Sus detractores no dudan, incluso, en
«medicalizar»
el discurso
«construyendo una patología del
exceso de la lectura, considerado como una enfermedad individual o
una epidemia peligrosa porque asocia la inmovilidad del cuerpo y la
excitación de la imaginación. Por ello provoca los
peores males: la obstrucción del estómago y de los
intestinos, la alteración de los nervios, la
extenuación del cuerpo. Los profesionales de la lectura, a
saber los hombres de letras, son los más vulnerables a tales
desarreglos que son la fuente de la enfermedad que es por
excelencia la suya: la hipocondría. Por otra parte, el
ejercicio solitario de la lectura conduce a una desviación
de la imaginación, al rechazo de la realidad, a la
preferencia dada a la quimera. De ahí, la proximidad entre
el exceso de lectura y los placeres solitarios. Las dos
prácticas provocan los mismos síntomas: la palidez,
la inquietud, el abatimiento. Según esta percepción,
el peligro máximo es cuando la lectura es la lectura de la
novela y el lector, una lectora retirada en soledad»
.
Cinco siglos
después de la invención de la imprenta, ya
institucionalizado el formato del libro códice impreso, una
nueva evolución ha llegado, que está implicada en la
tercera revolución que ha sufrido la lectura durante la Edad
Moderna, según Guglielmo Cavallo y Roger Chartier. La
primera «totalmente independiente de la
revolución técnica, transformó la
función misma de lo escrito»
acaece cuando la
lectura pasó de ser «necesariamente oralizada»
a «posiblemente silenciosa»
. La segunda
sucedió «antes de la
industrialización de la fabricación de lo
impreso»
, durante la segunda mitad del siglo XVIII en
Inglaterra, Alemania y Francia y se retrata en el incremento de la
producción bibliográfica, el abaratamiento del precio
del libro, el formato pequeño y la fundación de
instituciones que permitían leer sin comprar y, sobre todo,
en la existencia de una «lectura
ciudadana, descuidada y desenvuelta»
. La tercera
revolución se está viviendo y es la «transmisión electrónica de los
textos y las maneras de leer que impone»
. El formato
hipermedia genera tan numerosas reservas como ha ocurrido en
anteriores ocasiones. Se desecha el potencial que el hipertexto y
el formato multimedia puede imprimir al género.
Representantes del stablishment literario oponen una dura resistencia
a la adopción y reconocimiento de las nuevas formas. Por
ejemplo, el escritor Mario Vargas Llosa asegura: «qué desesperación si la pantalla
supliera a las páginas del libro [...] se perdería la
comunicación íntima»
. Este tipo de
comentarios, que muestran más rechazo que desconocimiento,
se suman a las tesis de teóricos como Alvin Kernan, quien
sostiene que «la imprenta hizo
literalmente la literatura»
. Por otra parte, autores de
renombre pero a contracorriente del mercado editorial, como Milorad
Pavic y Raymond Quenau, aprovechan la plataforma tecnológica
para ejecutar de manera práctica algunas ideas que no
pudieron desarrollar en momentos anteriores. «La incorporación de la hipermedia a la
literatura debe ser entendida como la evolución necesaria de
la posmodernidad literaria»
.
La naturaleza híbrida y mutante de la novela, esa característica propia que consiste en engullir dentro de un gran marco toda tendencia narrativa con la única condición de hilarla en una historia, le garantizan supervivencia en el ciberespacio, en distintas variantes, como, por ejemplo, la que presenta Grammatron, de Mark Amerika, un ambicioso proyecto que combina narrativa y ensayo hipermedia y que reúne, según asegura su promotor, 1100 textos, 40 minutos de música original, 2000 links.
Grammatron es una historia sobre «ciberespacio, cábala y la
evolución del sexo virtual»
. El usuario entra en
el texto y se descubre que le «habla» una
«máquina escritora». Los textos, siempre breves,
con extensiones máximas de dos líneas escritas a gran
tamaño de letra, comienzan a sucederse sin pausa. No se
detiene el programa ni siquiera cuando el usuario abre otra
aplicación y deja de observar la obra. Los textos,
dispuestos en la parte superior de la página, se
acompañan de una imagen animada. La máquina le habla
directamente al lector. Se lee un ensayo-ficción bastante
bien meditado y escrito, que acompaña su teoría con
un ritmo avasallante de lectura, logrado por la rapidez con que
aparecen y desaparecen los textos. El lector no tiene opción
de interrumpir o intervenir en la lectura o su orden hasta pasar la
introducción y llegar al capítulo «Abe
Golam». A partir de ahí, es necesaria la
interacción del usuario. Algunas veces tiene varias
elecciones, otras sólo una. Un ejemplo de muchos de que
«el libro nuevo existirá
más allá del ordenador, tendrá su lugar en el
espacio digital [...] El ordenador es sólo la interfaz
material que nos permite acercarnos al libro, y a otras muchas
cosas y actividades que residen más allá del
ordenador, en el espacio digital»
.
No toda
trasgresión literaria, ni narrativa ni tipográfica,
puede considerarse precursora de lo hipermedia, pero los
antecedentes del hipermedismo se remontan a la antigüedad,
cuando los griegos configuraron textos definidos por la forma en
que eran exhibidos, los caligramas, que llamaron
Technopaegnia, y los latinos lo hicieron en Carmina figurata. En la
edad media se escribía y dibujaba en los márgenes de
los manuscritos y papiros y en el siglo XX se comenzó a
publicar una serie de obras que combinaban plástica y
literatura, aunque «probablemente el
ejemplo más conocido de cibertexto en la antigüedad es
el texto chino del oráculo de sabiduría, el I
Ching»
.
No obstante, el primer libro hipertextual es de coautoría múltiple y se atribuye a Dios. La Biblia, que fragmenta su contenido en pequeños versos, fácilmente ubicables gracias a la nomenclatura de «libros», «capítulos» y «versículos». Esta fragmentación y ordenamiento de la obra permite que se realicen lecturas colectivas sin necesidad de que cada lector posea la misma edición de impresión; es decir, escapa al número de página, que suele ser el indicador tradicional. En La Biblia cada intertítulo representa una entrada de lectura y remite a contenidos relacionados.
Uno de sus libros,
los Evangelios, brinda además una misma historia,
la de Jesucristo, según los distintos puntos de vista de
cada uno de los cuatro apóstoles que la redactaron «bajo influjo de la inspiración
divina»
. Los escritos de San Mateo, San Lucas, San Marcos
y San Juan se relacionan, incluso tienen «versículos
comunes», y los editores se encargan de que el lector pueda
encontrarlos con rapidez, para identificar «semejanzas»
y «diferencias» que los separan, con el fin de «investigar su origen, razonar las posibles
mutuas influencias, poner de relieve las distancias, explicar las
relaciones que median entre ellos»
, para lo que «la Sinopsis evangélica presenta el texto
de los cuatro evangelistas en columnas paralelas, lo cual es de
suma utilidad porque se pueden apreciar de un golpe de vista las
semejanzas y divergencias que hay entre ellos»
.
Las versiones en
libro códice de La Biblia han procurado no perder
la interactividad que se mecanizó en los manuscritos
medievales del Evangelio: «Cada Evangelio
se marca con una serie de número marginales sucesivos,
comenzando por el número uno en cada uno. Además, al
principio del manuscrito aparecen las páginas en la que con
adornos arquitectónicos se destacan las columnas de
números paralelos. La técnica consiste en situar los
pasajes en que por ejemplo Mateo, Marcos y Lucas cuentan la misma
historia. Los números marginales de Mateo aparecen en la
primera columna, con los dos elementos correspondientes en las
historias correspondientes de Marcos y Lucas en las columnas dos y
tres. Hay tantos conjuntos de estas columnas paralelas como
combinaciones posibles hay de historias, de manera que hay una
comparación separada para las historias de Marcos y Lucas
pero no de Mateo, y así sucesivamente. Una
disposición como esta -común en los primeros libros
del Evangelio y tradicionalmente atribuida a Eusebio de
Cesárea, el historiador de la Iglesia griega del siglo IV-
es un tipo de acceso no lineal del texto [...]. Tal
disposición de la información al principio del libro
precioso del Evangelio sugiere un estilo de lectura que no comienza
simplemente en la página uno y sigue leyendo hasta el
fin»
.
Tan complejo entramado de relaciones entre textos procura dar la sensación de libro infinito, inabarcable. Un carácter que refuerza el propósito del libro: contener, o dar la sensación de contener, la historia de la humanidad, desde el principio, Génesis, hasta los últimos días, Apocalipsis. La infinidad de lecturas refuerza, también, el estilo metafórico de las historias, lo que causa múltiples interpretaciones. Todo se conjuga en función de otorgar una inabarcable profundidad, que efectivamente ha logrado.
Por otro lado, la
bidimensionalidad del libro códice se ha tratado de romper
en algunas ocasiones con lo que se conoce como libros
móviles. El primero conocido es un tratado de
astrología, Cosmographia, que Petrus Apianus
escribió en 1524; la medicina también utilizó
solapas superpuestas para que el lector descubriera distintas
partes del cuerpo humano, como en De Humanis Corpora Fabricais de Andrea
Versalius, editado en 1543. Años después, en 1765,
los libros móviles «centraron su
atención en el público infantil gracias al editor
londinense Robert Sayer, quien publicó sus Harlequinades,
historias con ilustraciones dotadas de solapas intercambiables.
Otros tempranos ejemplos de libros móviles se los debemos al
artista William Grimaldi, que hizo unos dibujos moralizantes del
tocador de su hija a fin de enseñarle virtudes y que fueron
publicados en 1821 bajo el título The Toillet. La editorial londinense
Dean & Son, fundada en 1800
fue la primera en dedicarse a la producción a gran escala de
lo que ellos denominaron Toy-books, en los que introdujeron numerosos
mecanismos [...] Todos estos nombres (Raphael Tuck, Ernest Nister,
Lothar Meggendorfer, A. Capendu, hermanos McLoughlin) contribuyeron
a forjar lo que se ha llamado la edad de oro del libro desplegable,
cuyo final llegó con la Primera Guerra Mundial. El
resurgimiento llegó en 1929 con Louis Giraurd y sus
Living
models»
.
Algunos autores
han catalogado a la novela Vida y opiniones del caballero
Tristram Shandy, como una de las primeras obras
hipertextuales. Publicada entre los años 1759 y 1767,
Laurence Sterne juega con las tipografías, como en la
expresión «¡Ay! ¡Pobre YORICK!», que
coloca dentro un recuadro. Con la repetición de la
exclamación termina el capítulo y le sigue una
página en negro, que parece simular luto. Otro juego
tipográfico sucede cuando incluye un documento oficial que
firman sus padres antes de casarse y que contempla que la madre
podrá exigir ir a dar a luz en Londres, pero si hace que el
marido gaste dinero en una falsa alarma, entonces, perderá
la prerrogativa como si nunca la hubiesen firmado, por lo que
Tristram nació ayudado por una comadrona. Entre el
capítulo 37 y el 38 introduce una página que parece
reproducir una lápida de granito, de mármol,
marmórea. Sterne juega con los puntos suspensivos,
sustituidos por largos guiones o por asteriscos para evitar la
lectura de un herbario, o la suposición de los pensamientos
del lector («se para usted a
pensar»
), o las «siguientes y
particulares razones»
que nunca escribe. De igual modo,
dibuja el «garabato»
que hizo
un bastón en el aire y los capítulos 18 y 19 del
volumen IX, están en blanco, justo antes de que el 17
anunciara que «entremos, pues, en la
casa»
, y luego los publica después del
capítulo 25, con una distinción: el nombre del
capítulo «capítulo
decimoctavo»
está escrito en letra
gótica.
Sin embargo, el Tristram Shandy no es una obra hipermedia, ni posee un discurso fragmentado, como a primera vista pareciera, sino una novela hilada de manera muy fina, donde las aparentes digresiones están ordenadas para seguir, con cierta cronología que ordena indefectiblemente, la vida del verdadero protagonista de la obra: Toby, tío del narrador. Valen para eso las continuas aseveraciones del narrador en que explica la trayectoria del relato:
Se trata, como
explica Italo Calvino, de una novela «toda hecha de disgregaciones»
,
«el gran invento de Sterne»
.
«La divagación o digresión
es una estrategia para aplazar la conclusión, una
multiplicación del tiempo en el interior de la obra, una
fuga perpetua»
.
Hasta principios
del siglo XX, que produjo «narrativas sumamente
subversivas», no se encuentran más obras precursoras
que hayan permanecido dentro de cierto canon occidental. En 1913 se
publicó Canciones en la noche de Vicente Huidobro,
que incluía una sección de caligramas. La
disposición y extensión de cada línea y la
estructura total de la poesía estaban supeditadas a una
forma preestablecida, un prediseño. En «Nipona»,
por ejemplo, se representaba una flecha doble o dos flechas juntas
que apuntaban a sentidos opuestos. Cinco años
después, en 1918 Guillaume Apollinaire publicó
Calligrammes.
Poèmes de la Paix et de la Guerre (1913-1918)), donde
explotó las posibilidades de los caligramas para representar
figuras con las palabras, sin sacrificar el sentido poético
de los versos. Así, no sólo pretendió el
impacto visual, sino la transmisión de una idea por medio de
la silueta. Sus caligramas representaron, por ejemplo, el avance de
vehículos de guerra o un jardín florido, temas de los
que trataba el poema que lo contenía. Estas
experimentaciones se conocen hoy con el nombre de poesía
visual: «Los elementos visuales del
poema pasan a primer plano y se convierten en componentes
esenciales del mismo, de tal manera que si desaparecieran o se
modificaran el texto se haría ininteligible o simplemente
desaparecería»
. Huidobro presentó sus
poemas pintados en el año 1922, donde la obra se acoplaba al
dibujo plástico de modelos como la Torre Eiffel o un molino
o un piano.
Otros escritores
contemporáneos poseen esa facilidad para complementar la
literatura con otras formas de arte, que ha servido para narrar con
varias expresiones artísticas. Günter Grass lo plasma
en su libro Cinco decenios, donde cuenta algunas de sus
colaboraciones con cineastas, pintores y escultores: «Le conté el hilo argumental de Los
bosques de Grimm y esbozamos en un ancho caballete, en treinta
y cinco escenas, una posible película muda»
. El
autor, que también fue estudiante de la Escuela de Bellas
Artes alemana, hace un recorrido por su trayectoria literaria a
través de sus obras escultóricas y pictóricas,
muchas de las cuales han sido publicadas como portadas e
ilustraciones de sus libros. La estructura de los libros de Grass
se ramifican como un árbol, como en Los bosques de
Grimm que se publicó en 1983, o como la palma de una
mano, como en Es cuento largo, de 1994. La costumbre de
escribir de puño permite a Grass ilustrar cada página
de su manuscrito. Sobre todo en los poemas escritos durante la
década de los setenta, ambas artes se juntan de una manera
casi vital, siamés, multimedia, dando origen a obras
semejantes a los poemas pintados de Huidobro.
De estos y otros
intentos se nutre la narrativa hipermedia, así como de
aspectos formales de la composición narrativa, como lo son
el narrador y el orden de la acción. «En cuando al narrador, la literatura
contemporánea ha descubierto para el hipertexto la
posibilidad de relatar acontecimientos desde distintas
perspectivas, bien de manera sucesiva e incluso simultánea
[...]. También han incorporado los hallazgos de la
literatura contemporánea referidos al orden de las acciones.
Esos hallazgos, una vez más, han tenido un denominador
común: el paso de un relato lineal a una presentación
no consecutiva de las acciones [...]. Las modalidades
contemporáneas del relato experimentan con órdenes
diversos mediante la incorporación de recursos como la
analepsis y la prolepsis. Asimismo, en lugar de comenzar la
historia siempre por la acción inicial, los novelistas han
experimentado con formas más variadas y es común
encontrarse con relatos que arrancan desde cualquier punto
intermedio de la historia o, incluso, desde su
final»
.
Del expresionismo
toma el «polifacetismo»
, esto
es «la variedad de rasgos y
multiplicidad de géneros con que se manifiesta»
.
Del simultaneísmo, la forma en que «situadas en el mismo plano, se mezclan
percepciones directas, jirones del recuerdo, trozos de
diálogos oídos en el café o en la calle,
titulares de periódicos; estos últimos equivalentes
de los "collages"»
. Del
cubismo, «la eliminación de lo
anecdótico y de lo descriptivo, si bien esto no siempre se
cumple; de hecho se reemplaza mediante el fragmentarismo y la
elipsis»
. Del existencialismo, «la elección que hacen (los autores) al
escribir con imágenes, más que con
razonamientos»
.
En 1963 Julio
Cortázar experimenta con lo lúdico en
Rayuela, en cuyo Tablero de Dirección explica que
«a su manera este libro es muchos libros
pero sobre todo en dos libros»
y sugiere dos lecturas,
ambas secuenciales. La primera que debe transcurrir desde el
capítulo 1 hasta el 56 y la segunda, que impone el orden
expuesto en el tablero sin respetar la numeración anterior
de los capítulos. Otros autores tuvieron ideas similares que
no llegaron a concretarse. «William
Faulkner buscaba una ayuda tecnológica cuando le
pidió a su editor que usara colores diferentes en la
impresión de El ruido y la furia para guiar al
lector a través de la parte de la historia dedicada a
Benjuí. Esto le hubiera permitido al lector entender los
saltos temporales de la corriente de conciencia del chico
mentalmente perturbado sin necesidad de las complicadas tablas que
han confeccionado pacientemente los profesores de literatura.
Faulkner incluyó también un mapa de la ciudad de
Jefferson en la última página de
¡Absalón, Absalón!, que indica
dónde suceden algunos de los acontecimientos de la
novela»
.
Poco reconocidos pero determinantes para la lectura hipertextual han sido los libros infantiles y juveniles del tipo «Elige tu propia aventura», como La montaña de los espejos de Rose Estes, una historia de elfos liberadores y orcos malvados:
Una página
introductoria explica que se puede «leer
el libro muchas veces y llegar a distintos finales»
, que
«contiene muchas elecciones»
,
algunas «peligrosas»
pero que
en caso de un «fatal
desenlace»
se puede retroceder o reiniciar.
Las posibilidades
literarias que incluían mecanismos más complejos
comenzaron cuando Ramón Llull escribió en 1306
Ars magna generalis
ultima, un libro filosófico, destinado a pregonar el
catolicismo por medio de la razón, que se valía de
una máquina compuesta de discos giratorios. Desde entonces
se han producido sucesivos intentos de crear artefactos de lectura
y almacenaje de datos: «Algunas de estas
máquinas de memoria están en el trastero de ingenios
curiosos, como las de Giovani Fontana, erudito e ingeniero de
Quattrocento; la
construcción, parece ser que de considerables dimensiones, y
con forma de teatro, diseñada y nunca concluida, por Giulio
Camillo (siglo XVI); el artilugio, en forma de noria, una rueda de
libros, propuesta por Agostino Ramelli, también en el XVI: e
incluso en el siglo XX, en 1945, tenemos el diseño de una
máquina de memoria (Memex) pensada por el ingeniero
estadounidense Vannevar Bush, un hombre importante en el proyecto
Manhattan, y al que se quiere considerar como precursor de los
hipertextos. Memex, concebida con la tecnología de la
época, no pasó del papel del
artículo»
. Hubo seguidores de Bush, que intentaron
llevar a cabo su idea, como Douglas Engelbart, creador del primer
sistema hipertextual en 1963, llamado NLS, que guardaba
información y permitía la comunicación
mediante mensajes electrónicos. O como Theodor Nelson, que
acuñó el término «hipertexto» y
que creó Xanadú en 1967, para que almacenara todo lo
escrito y por escribir, y que relacionara todas las informaciones.
Pero estos ensayos no estaban exentos de problemas que los
convirtieron en utopías. «Los que
han propuesto sistemas expertos han buscado la respuesta a estos
problemas en el software
semi-inteligente, que puede adelantarse a las necesidades del
usuario. Pero esta aproximación no está exenta de
peligro y de efectos indeseados. Vannevar Bush que, en 1945,
esbozó el primer sistema hipertextual automático,
propuso utilizar navegadores humanos, a los que llamó
rastreadores (que) deberían combinar las habilidades de los
historiadores de las ideas, los biógrafos, los
científicos cognitivos, los archiveros. Serían
capaces de seguir una pista documental, que quedaría grabada
luego en el sistema Memex. Tal esfuerzo contribuiría
grandemente a la progresión del conocimiento, y,
especialmente, del conocimiento científico, pero suscita a
la vez otros problemas. La comunidad de información de Bush
es notoriamente jerárquica: el Memex que había
previsto estaba claramente destinado a los que ocupan un lugar
más alto de la escala, y no a 'todos los demás'. Por
ello, los rastreadores eran, en el mejor de los casos,
acólitos en el sacerdocio de la invención, y los
lectores ordinarios quedarían igualmente excluidos de la
celebración de sus misterios».
A la par de los
avances informáticos, el quehacer narrativo proseguía
intentando innovaciones utilizando los avances tecnológicos:
«La literatura electrónica (y
más concretamente la poesía por ordenador) tiene ya
una larga historia, que arranca casi simultáneamente en
alemán e inglés, en 1959, cuando Theo Lutz en
Alemania y Brion Gyon en los Estados Unidos consiguieron programar,
cada uno por su lado, un 'calculador', como se llamaba entonces,
para generar los primeros versos libres
electrónicos»
. Mucho de este trabajo visionario se
debe a la teoría propuesta a través de la
ficción, como en el caso de Jorge Luis Borges, autor de
cuentos como «El jardín de los senderos que se
bifurcan» y «La biblioteca de Babel» (1941)
«El Aleph» y «La escritura del Dios» (1949)
y «El libro de Arena» (1975); o de la unión de
artistas que propugnan la vanguardia creativa, como el grupo Oulipo
(Ouvroir de Littèrature
Pontentielle), fundado en 1960 por el escritor
Raymond Queneau y el matemático François de Lionnais,
y que ha permanecido hasta hoy, con actos públicos en la
Universidad de París y con la incorporación de
miembros año tras año (Olivier Salon y Anne Garreta,
en 2000), que impulsó obras como Cien mil millardos de
poemas que Raymond Queneau publicó el mismo año
de la creación del grupo y que funciona como una
máquina que combina sonetos; o La vida, instrucciones de
uso, de Georges Perec (1978), que «responde a un complejo entramado basado en el
inveterado funcionamiento del puzzle, con inserciones
icónicas, lleno de voluntarias constricciones que no percibe
el lector, de que se exige una participación
activa»
.
En la actualidad, el propio Queneau ha abordado también las posibilidades hipermedias para el texto de A history as you like. En la primera pantalla que surge se expone el gráfico con el mismo nombre, realizado por el autor en 1967. Luego el lector salta a otra pantalla donde debe responder si desea que le cuenten la historia de «tres guisantes alertas». Puede elegir "Sí" o "No". La segunda respuesta lleva a una pregunta similar: ¿quiere que le cuenten la historia de tres «estacas flacas»? En caso negativo, aparece la última opción, la historia de tres «arbustos mediocres». En cada pantalla, la pregunta se acompaña de una animación de estos «personajes». Sea cual sea la historia elegida, avanza con un pequeño texto del que surgen dos alternativas: Avanzar o paralizar la lectura, hasta que los guisantes terminen en una olla de sopa, por ejemplo. Algunas de las opciones dirigen al comienzo una y otra vez, aunque el lector con algo de memoria puede recordar cuál opción eligió antes y elegir la siguiente.
En su momento,
Oulipo quiso romper con el surrealismo y el existencialismo y se
negó a definirse como un movimiento literario, aunque la
innovación que propugnaron repercutió en las
manifestaciones literarias que le seguirían: «La literatura electrónica mantiene una
estrecha vinculación con una tradición literaria ya
conocida, de raíz vanguardista, y que se emparentaría
con la poesía visual (denominación común de un
conjunto de obras en las que su materia prima es el lenguaje visual
y que consideran el espacio como una materialidad del significado),
con la poesía sonora (entendida como una emanación de
la lengua oral y que no puede tener equivalencia escrita, si no es
por mera aproximación) y con la poesía de apariencia
formal clásica pero combinatoria, como la del Oulipo y su
idea de literatura potencial»
.
Uno de los
miembros de Oulipo, Italo Calvino, escribió en 1979 Si
una noche de invierno un viajero, novela en que narra en
segunda persona, y cuyo narrador se dirige a los protagonistas como
«lectores» porque leen principios de libros en
apariencia inconexos con la trama principal. Pero estos fragmentos
han sido escritos por uno, o dos, personajes de la trama principal.
Son diez inicios de novela, que terminan justo en la parte que
genera más intriga. ¿Podrían leerse estos
capítulos sin orden y causar el mismo efecto? No en la trama
que trata sobre dos jóvenes lectores que intentan resolver
un misterio relacionado con estos textos. Los otros, aquellos
inconclusos primeros capítulos, sí pueden leerse en
cualquier orden, pues se trata de hipertextos que nacen de su
mención o su próxima mención en la trama
principal, que quedan en suspenso a propósito. «Estoy sacando demasiadas historias a la vez
porque lo que quiero es que en torno al relato se sienta una
saturación de otras historias que no podría contar y
quizá contaré y quién sabe si no las he
contado ya en otra ocasión, un espacio lleno de historias
que quizá no sea otra cosa sino el tiempo de mi vida, en el
que uno se puede mover en todas las direcciones como en el espacio,
encontrando siempre historias que para contarlas se
necesitaría primero contar otras de modo que partiendo de
cualquier momento o lugar se encuentra la misma densidad de
material que contar»
.
En 1983 se
publicó Larva, Babel de una noche de San Juan, de
Julián Ríos, una novela que juega con el hipertexto y
los anagramas. La trama sólo puede leerse en la
página impar, mientras que la par enfrentada, es decir, de
número inmediatamente inferior a la impar que sostiene el
texto principal, muestra los hipertextos, que funcionan de manera
similar a los usuales pie de página, pero ubicados en el
lateral. Esta idea facilita la lectura de esta narración
fragmentada. La trama trata de unas fiestas carnestolendas,
contadas en pequeños relatos independientes tanto en estilo,
puntos de vista y voces que se entremezclan, desde la primera
persona hasta el omnisciente. De estos párrafos nace el
hipertexto, cuando en algunas palabras una numeración llama
a bifurcar la lectura. Una de las opciones, entonces, es continuar
la secuencia que se presenta en la página impar. La otra
opción es saltar a la página de enfrente, que aloja
desde dos hasta doce hipertextos, en promedio entre cinco y siete,
de diversa índole: comentarios («¿y tú? Hipócrita lector,
rompe estas esposas, libérame de estos
corchetes»)
, surrealistas frases en varios idiomas
(«Ciclo ciclónico...: Men's true action! Les Anglais ont
debarqué!»
o «Chitón! Cheat
on!: Shit
on!»
) y juegos de palabras («edentellada»
, «gritarreaban»
, «brincalambrándose»
). Otros
recursos de Larva recuerdan a Tristram Shandy,
como cuando se simula el dibujo de un «ocho que trazaba y destrazaba en el
aire»
que realiza el personaje Don Juan en una pluma, y
que abarca dos páginas enfrentadas.
Un año
después se publicó Diccionario Jázaro,
novela léxico, de Milorad Pavic. En formato de libro
códice, se redacta la historia de un pueblo misterioso, el
Jázaro. La obra está dividida en tres libros: verde,
amarillo y rojo. Cada uno aporta la visión de una de las
tres grandes religiones que, se asegura, absorbió a los
jázaros: la cristiana, la musulmana y la judía. Estos
libros son diccionarios, es decir, se define cada palabra o
término ordenado según el alfabeto. Y cada
definición es un relato que irá concatenando con
otro. Por ejemplo, la palabra «Khagan»
refiere una historia. Dentro
de esta historia existe uno o más términos que se
acompañan de un icono. El icono indica en cuál de los
tres tomos que conforman el libro debe buscarse este concepto. Una
cruz significa que se encuentra en el primer libro, el rojo; una
media luna, el libro verde, y una estrella de David, el amarillo.
«Puede leerse de innumerables maneras.
Es un libro abierto y cuando se lo cierra se puede continuar
escribiéndolo [...] Tiene artículos, concordancias y
referencias como los libros sagrados o los crucigramas; todos los
nombres y conceptos marcados aquí con una pequeña
cruz, una media luna, una estrella de David u otros
símbolos, tienen que buscarse en la parte correspondiente de
este diccionario para encontrar información más
exhaustiva»
. Otro ejemplo se encuentra en el nombre
Farabi ibn Kora, que se acompaña de una media luna, que
indica que ese nombre se encuentra en el libro verde. Debido a esta
disposición, la obra puede leerse en cualquier orden y el
lector compondrá la trama y se inclinará por alguna
de las tres versiones contrapuestas que dirime el libro, pues cada
religión sostendrá que fue la vencedora en la
«polémica
jázara»
. Estos ejemplos y algunos más (que
se desgranan a lo largo de este trabajo), son catalogados como
«cibertextos»
, aunque hayan
sido «impresos, encuadernados y vendidos
del modo más tradicional»
. «La variedad y la ingeniosidad de los artilugios
empleados en estos textos demuestran que el papel puede competir
con el ordenador como tecnología de textos
ergódicos»
.
Estos textos y sus
combinaciones sirvieron también para sostener los estadios
primarios de la industria del videojuego, que utilizó la
palabra escrita como interfaz. En sus rústicos comienzos,
los programas tan solo formulaban preguntas cerradas que
debían ser contestadas por el usuario. A cada respuesta, el
computador revelaba cuál había sido el destino del
jugador, si había sido correcta o no su decisión,
para luego interrogar otra vez. «Los
juegos de resolución de enigmas por ordenador empezaron en
1972, cuando William Crowther diseñó una caverna que
había explorado utilizando el lenguaje de
programación Fortram [...]. Adventure estableció el
formato básico de caza del tesoro en que el usuario se mueve
por un espacio virtual y lucha contra enemigos escribiendo
órdenes y recibiendo a cambio descripciones de lo que
sucede»
.
Las herramientas
de programa han evolucionado y ayudan a establecer una
ramificación de la escritura hipermedia. Existe una
máquina de caracteres, Character-Maker 4.2, creada por Janet Murray, y
también nuevas experiencias para construir historias
interactuando como en Photopia de Adam Cadre, un juego parecido al
pionero Adventure, que servía para plataformas como
las primeras PC de Radio
Shack con 32 k de memoria y que se comercializaba en
un casete de música, pues pocos ordenadores poseían
dispositivos de disquete. Photopia se creó en 1998 y ha tenido
distintas versiones, incluyendo una en español
(versión 1.23.1E). El usuario se encuentra interactuando
para influir en el transcurso de la historia. Sin embargo, tiene un
margen de acción bastante limitado. El lector no puede ser,
en realidad, creador de la trama. En las instrucciones el autor es
claro: sólo se pueden utilizar frases «enfáticas como abre la puerta o come el
sándwich»
, debido a entender un léxico muy
limitado, compuesto por 32 verbos simples (mata, compra, bebe,
lame...), aunque se pueden combinar con preposiciones (arriba, en,
con...): «El Parser ha
evolucionado mucho desde la época en que sólo se
admitían dos palabras: ahora puedes introducir
órdenes como 'Dale el plátano al mono macaco y
después saca todo de la jaula excepto la piel de
plátano' y será comprendido perfectamente. El
Parser en cambio no entenderá cosas como 'camina
hacia la señal' o 'vuelve a donde estabas hace un momento'.
Cuando te acostumbres, la forma de introducir órdenes
será como un segundo lenguaje para ti»
. Otros
juegos con el programa Parser son Spider and web y Little blue man, todos publicados en
ifiction.org.
La mayoría
de los contenidos hipermedia que actualmente se exhiben en internet
se ha compuesto con los retazos de otros medios que, a su vez, han
tardado décadas en encontrar un lenguaje apropiado para
transmitir su contenido de manera efectiva. En el caso de la
narrativa hipermedia «todavía hoy
busca su especificidad, presionada por la fuerza de la
tradición literaria y por los influyentes medios
audiovisuales lineales»
. A esta circunstancia debe
sumarse el «imperio de la
velocidad»
, que «no es fruto
sólo de las tecnologías digitales, ya que existen
factores de aceleración políticos y sobre todo
económicos, centrales al proceso de
globalización»
y la manera impaciente en que el
público asimila, o pretende asimilar, los mensajes.
En la
búsqueda de la retórica para la literatura
hipermedia, aparecen «nuevas formas de
textualidad que, bajo las diversas etiquetas de literatura digital,
literatura electrónica, ciberliteratura, e-literatura o
literatura generada por ordenador, nos sitúan frente a la
evidencia de que existe una literatura íntimamente vinculada
a las particularidades de la informática»
. Se
generan, por ejemplo, nuevos tipos de abstracción, que
despoja a la palabra de valor semántico para otorgarle un
sentido iconográfico. En TextArc se aíslan los vocablos de
obras canónicas, como Hamlet de William Shakespeare
o Alicia en el país de las maravillas de Lewis
Carroll. Según explica Digital Image
Design, su objetivo consiste en concentrar todo el
texto de estas novelas en una sola página. El resultado de
cada libro es un gráfico que parece una constelación
vista a través del telescopio, donde las estrellas son las
palabras que brillan de acuerdo a su importancia y la frecuencia en
que se repiten, y pueden ser tanto incandescentes como invisibles.
La lectura no es posible, como sí lo es, aunque carente de
sentido, el producto de los programas que desordenan y recomponen
frases, como se puede encontrar en la Poesía
aleatoria de Brian Mackern. Bajo los textos existe un
botón, bautizado «generador
aleatorio»
, que desajusta la frase, no sólo en el
orden, sino también en la repetición de
líneas.
Entre las formas
de hipertextualidad se suele incluir a «los grandes proyectos de digitalización
de bibliotecas y fondos (Admyte, Athena, Gutemberg) o los elencos
de revistas electrónicas a las nuevas formas de
edición, venta y circulación de textos (sobre todo a
través de internet), los nuevos espacios sociales de
creación y lectura (el ciberespacio), la aparición de
nuevos géneros o modalidades literarias (el cyberpunk, la
narrativa hipertextual, la poesía electrónica, el
teatro virtual, los culebrones en línea, etc.) y por
supuesto las nuevas modalidades de investigación y de
enseñanza y aprendizaje literario»
.
En estos espacios
creativos se ha ensayado con la utilización de
técnicas desarrolladas en otras artes, como la
cinematográfica. Al cine le costó años de
experimentación llegar al lenguaje que hoy se erige como
dogma. Desde el tren de los hermanos Lumière hasta los
efectos especiales de Matrix. El cine ha asimilado la
tecnología en su producción, a veces en detrimento de
la poesía o de la narración; como cuando se
incorporó el sonido. «Durante el
cine mudo un clima poético sólo podía lograrse
con puros recursos de situación e imagen visual. El sonoro
asoció simbólicamente imagen, palabra y música
[...] El primitivo elemento ornamental -poesía en
imágenes- llegó en un momento a colocarse en
situación de rebeldía, de irrupción [...] Pero
luego vino el sonoro y el ingreso de la voz llenó la
pantalla de 'literatura', la música proporcionó
cómodos recursos de 'puesta en ambiente' y la
persecución visual de la poesía no se encuentra hoy
más que en unos pocos directores»
. El arte
cinematográfico también pulió y asimiló
una fórmula estándar para la escritura del
guión: Tres actos, cada uno dividido por un «punto de
giro». El primero aparece en la primera cuarta parte. Si
tiene dos horas estará en el minuto 30 y con él
finaliza la presentación de los personajes, con todas sus
manías y funciones dentro de la trama. El segundo punto de
giro se observa en el minuto 90 y con él comienza el final
de la película. Así lo dicen los manuales y es una
técnica que se utiliza también en la novela moderna.
Joseph Campbell afirma que la historia que ha contado la humanidad
durante toda su existencia es siempre la misma y nada más
varían los detalles. La teoría de Campbell se ha
constituido en un manual para escribir historias literarias y
cinematográficas: Sagas como El señor de los
anillos y La guerra de las galaxias. La efectividad
de esta fórmula se ha trasladado con fuerza al mundo
editorial, pues reputados escritores de best-seller trazan la
estructura de sus libros según los consejos de Campbell. Sin
embargo, no ha logrado influir en el ámbito hipertextual:
«A diferencia de la película,
este mundo imaginado contiene textos que el usuario es invitado a
abrir, leer y manipular. El texto no es abandonado sino que
permanece en una compleja interacción con el espacio
percibido al que se abre la pantalla. Hablando técnicamente,
por supuesto, la interacción es posible porque el ordenador
es un medio interactivo»
.
La causa principal
por la que se produce la interactividad en la narrativa hipermedia
es la existencia de varias combinaciones para explorar la trama, y
cada camino puede conducir a desenlaces distintos. La forma
fragmentada de contar sustenta, además del argumento,
algunas de las herramientas literarias (tensión,
descripción de ambientes y de personajes). Una ruptura del
discurso que ensayaron, con matices y siempre con las limitaciones
del formato, autores como Julio Cortázar en Rayuela
(1963) y Milorad Pavic en Diccionario Jázaro
(1984). El ciberespacio permite la explotación máxima
del recurso, concibiendo una total ruptura del hilo narrativo,
fabricando una incoherencia aparente, retando así las
convenciones que se transmiten desde la oralidad, cuando, por
ejemplo, Homero construía una bien hilada Odisea. No
había papel, pero sí linealidad, aunque «la cultura oral no consiste en la mera
enunciación o expresión verbal de mensajes, ya que
esto se produce continuamente en las sociedades de la cultura
escrita, sino en que tales mensajes y saberes no se elaboran,
formalizan ni almacenan en forma de textos escritos, sino mediante
la memoria, la voz y los gestos de todas o de algunas de las
personas de esa sociedad. En este sentido tal vez fuera más
apropiado hablar de cultura memorial que de cultura oral como
opuesto a la cultura escrita»
.
Por otra parte, la
fragmentación de la lectura ha sido explorada y explotada
por los medios impresos de comunicación, que se han
constituido como uno de los patrones de influencia en las primeras
obras multimedia. Periódicos y revistas también han
evolucionado desde que aparecieron los primeros edictos populares,
comunicados, pasquines. Los periódicos comprendieron que si
querían mantener su nivel de lectoría, debían
acomodarse frente a la influencia de la televisión, a la
cultura visual arraigada con la irrupción de
tecnologías propicias. La lectura del periódico
resulta fragmentaria: los titulares, los párrafos, la manera
de pasar de un tema a otro, sin más coherencia que lo
noticioso. Esta evolución ha sido aprovechada por lo
hipermedia, que ha tomado prestado del periodismo su manera de
diseñar, de titular y de administrar los recursos humanos
para sustituir «determinados
códigos vinculados al formato 'papel' -entre los cuales el
fundamental es la linealidad- por otros asociados al contexto
digital -de entre los cuales sobresale la no secuencialidad, la
fragmentación»
.
El segundo
patrón de importancia para los «incunables»
multimedia se encuentra en el sector de los videojuegos, «el primer medio que combinó
imágenes en movimiento, sonido e interacción en
tiempo real en una sola máquina»
. Al igual que la
literatura hipermedia, los videojuegos también aprovecharon
el descubrimiento y popularización de un nuevo soporte:
Odyssey,
patentado por Ralph H. Baer. Este invento que consistía en
una caja con mecanismos electrónicos conectados al
televisor, fue utilizado por Magnavox y Atari para la
aparición de Pong, creado por Nolan Bushnell en
1972, juego que vendió 100.000 copias en su lanzamiento. La
competencia entre las empresas Atari, Namco y Nintendo se
manifestó en el perfeccionamiento de universos
diegéticos y héroes. En el videojuego, un
héroe que se comporta según lo ordena el usuario,
explora un ambiente por lo general desconocido para superar una
meta. Este objetivo típico de las narraciones es utilizado
por los videojuegos de segunda generación para ir más
allá de la repetición de retos idénticos que
existe en los deportes convencionales y que están
supeditados a un límite de tiempo o de puntos. Los
videojuegos se apoyan en «muchas
áreas teóricas, como el espectador activo, la
narración en primera persona, la orientación
espacial, los puntos de vista, la identificación de
carácter, la relación entre imagen y sonido, y la
semiótica»
.
En esta estructura
debe prevalecer la condición lúdica, que contiene
conflicto, reglas, pruebas de habilidad al jugador o suerte, y
resultados valorados. Pero a diferencia del hipermedismo literario,
la estructura de los videojuegos, aunque interactivos, responden a
una historia lineal, «que en
ningún caso puede recibirse linealmente, sino de forma
fragmentada, una vez que se ha realizado una serie de pruebas
interactivas. Estos escalones pueden responder a diferentes tipos
de estructuras interactivas, siempre subsidiarias de la estructura
lineal principal. Son las típicas estructuras del video
juego de aventura en los que el héroe debe ir salvando
pruebas para avanzar»
. La obligación de jugar que
tiene el jugador la percibe el lector de narrativa tradicional e
hipertextual en sus diversas variantes: No sólo debe leer,
sino explorar. Sin embargo, una diferencia entre el videojuego y la
literatura hipermedia está en que la navegación del
videojuego se basa en la exploración del mundo
diegético, «que se considera un
elemento importante del videojuego, y los mapas y
cartografías son frecuentes»
, mientras que en la
literatura el usuario navega a través de la trama, que se le
presenta por medio de la palabra o la imagen o la
música.
La
recreación de este universo ocupa el primer lugar en la
jerarquía del desarrollo, pues la industria del videojuego
busca más realismo en las imágenes de cada producto,
ya sea que se ambienten en batallas campales o estrategias de
mercado, mundos medievales o familiares, pues considera que lograr
que el usuario se sienta e interactúe «dentro»
de ese mundo, que a la vez debe estar contenido en una pantalla (de
allí su definición de «videojuego») es su
misión principal: «La naturaleza
interactiva del videojuego, la posibilidad de muchos y diferentes
resultados y la ilusión de efectividad y poder por parte del
jugador puede hacer al videojuego potencialmente más
atractivo para la gente que el resto de medios
pasivos»
.
Para perfeccionar
un estilo de interfaz que se ideó con la creación de
Pong y que prosiguió con otros juegos como
Pac-man,
Donkey Kong,
Mario, Tomb
Rider y tantos otros, la industria del videojuego absorbe el
trabajo de escritores que se encargan de delinear las «locaciones, las personalidades y la trama
general que se desarrollará en el juego»
, y
prefiere a escritores de ciencia ficción por su «habilidad para crear nuevos y complejos
mundos»
. La simulación de la realidad ha permitido
que los personajes de los videojuegos sean protagonistas de
películas de cine sin que se les interprete necesariamente
con actores reales, como suele suceder en las adaptaciones
literarias. Cuando el videojuego Final Fantasy, creado por Hironobu Sakaguchi
en 1987, fue llevado a la gran pantalla en 2001 el público
adulto descubrió a unos héroes creados
íntegramente por ordenador. El trabajo más arduo,
según Sakaguchi, que también dirigió la
película, consistió en la confección de
expresiones faciales y movimientos de cabello.
El énfasis
en la creación de universos diegéticos más
reales ha producido dos distorsiones en la producción del
videojuego. Por una parte ha disparado los presupuestos para la
realización de una obra. Por otra ha descuidado el aspecto
narrativo, de contenidos literarios. «La
gran mayoría de los videojuegos expresa la lucha de sus
creadores contra los medios técnicos utilizados: Seis
millones de dólares para fabricar solamente los pelos de la
heroína de Final Fantasy, Aki, y que aún así
no tenga nada interesante que decir (comprueba que) esta lucha no
tiene interés en el punto de vista literario»
.
Desde ambos extremos, el de los medios impresos de
comunicación y el de los videojuegos, lo hipermedia
evoluciona hacia el encuentro consigo mismo, utilizando los
recursos comprobados en cada uno y aprovechando los antagonismos de
uno y otro, como en la manera de tratar el espacio. En el
periódico digital el espacio en pantalla se observa poco
aprovechado y sirve sólo de vitrina para un contenido
mayoritariamente textual, mientras que el escenario en que se
desarrolla el videojuego puede convertirse en «la razón del programa, y su
exploración por parte del lectoautor, como único
protagonista, la razón de ser de la obra»
.
La resistencia a permitir la influencia de las nuevas tecnologías en el quehacer literario y su ámbito de influencia se sostiene por la estructura comercial del mercado editorial, la inexistencia de contenidos literarios populares, la adoración al libro códice y el alto costo de acceso a internet para la mayoría de población mundial.
La cultura del
libro ha generado intereses, tanto colectivos como particulares,
desde que en «los Estados próximo
orientales [...] los escribas ocupasen una posición
importante en la escala social y se les considerase fundamentales
para su mantenimiento y desarrollo»
. Fenómeno que
se repetirá en la Edad Media, cuando la actividad de
amanuense esté «investida de
cierto valor, ya sea el penitencial que va adquiriendo en el
contexto de la labor monástica, ya el prestigio que se
contagia de su objeto: el texto. Mientras en Irlanda las
compensaciones pecuniarias de los escribas los colocan en la
más alta consideración social, en el continente es
habitual aún en tiempos de Carlomagno recibir en las
escuelas eclesiásticas a pupilos de condición servil
-aunque sin duda en busca de promoción
social»
.
El valor actual
del libro se encuentra en la fabricación,
distribución y venta, más que en el contenido,
según se deduce de los porcentajes en que se reparte el
precio de venta al público entre los agentes involucrados:
autor, 10%; y editor, distribuidor y vendedor, 30% cada uno. Un
reparto que tiene su origen en el siglo XVIII, cuando «los libreros e impresores de Londres inventaron
al autor para justificar sus derechos tradicionales. El autor
propietario del texto era la condición para que el impresor
o librero que había comprado el texto reciba esa propiedad
imprescriptible del autor»
. Así, el rechazo actual
a la utilización del soporte digital no tiene origen en la
recién descubierta manera de confinar la literatura, ni en
los géneros que origine el aprovechamiento de los recursos
tecnológicos, sino que el nuevo libro posee
características que eliminarán a los tres agentes que
perciben 90% de un producto (libro) que sólo ofrece
contenido (literatura) y que se concibe como objeto desde hace
poco: «nunca, si exceptuamos
parcialmente los dos últimos siglos, las obras fueron
leídas aisladamente, ni siquiera cuando la imprenta
generalizó la lectura individual y silenciosa»
.
Debido a que la nueva máquina de confinamiento convierte al
libro en un objeto blando (actualizable), ubicuo (prescinde del
soporte) y deslocalizado (en todas partes, muy cerca siempre), se
revierte el sistema que se ha impuesto en los dos últimos
siglos: Se reduce el costo de la edición, porque se edita un
solo ejemplar, y se elimina la distribución, pues este solo
ejemplar estará a disposición de todos los
usuarios.
Frente a esta
supuesta emancipación del autor surge el inconveniente de
que la producción multimedia aumenta los costes de la
actividad creadora y que su financiamiento, otra vez, podría
resucitar la figura del mecenas por dos razones: la obra exige
ingentes recursos para su producción y no puede ser vendida
al detal. Ingentes recursos porque el autor ya no es ese trabajador
solitario que requiere escaso presupuesto para trabajar (apenas lo
imprescindible para vivir, en la mayoría de los casos) pues
la producción hipermedia involucra a otros creadores que
darán forma a nuevas expresiones que ocupan hoy «la periferia de las instancias de la
canonización literaria»
. Y la obra no
alcanzará grandes volúmenes de venta al detal porque
internet no se ha constituido como un canal de distribución
comercial. La venta de contenidos es una práctica que
aún no ha sido posible instaurar, y se requiere de otras
maneras de financiación, como la emisión de
publicidad o los patrocinios.
La resistencia al
nuevo soporte trae consigo paradojas, que ya se han visto en la
antigüedad. Por ejemplo: «la
Biblioteca de (Federico de) Urbino es un triunfo total de la
iluminación elaborada de un manuscrito [...] Pero Federico
también tenía numerosos trabajos menores copiados en
manuscritos a partir de fuentes impresas»
. En estos
años, la industria editorial se comporta como Urbino y
traslada a formato impreso lo que ha sido creado para lo
hipermedia, como sucede con Historia de la Belleza que
«procede, con adaptaciones y
añadidos del CD-Rom
Bellezza. Storia di un'idea
dell'occidente, a cargo de Umberto Eco, producido por
Motta on Line en 2002»
y publicado en papel por la editorial Lumen en 2004. Grandes
instituciones culturales también transitan este camino
contrario, como reacción desesperada ante el avance
inexorable del nuevo medio. La Biblioteca Virtual Miguel de
Cervantes, la Biblioteca Virtual Universal o Bibliotecas Virtuales,
trasladan contenidos perfectos para el libro códice al
terreno digital y publican íntegramente novelas como
Anna Karenina
de León Tolstoi o Moby Dick de Herman Melville.
Podemos imaginar a
los escribas modernos que trabajan, seguramente con sueldos
mínimos y no con los privilegios que poseían en la
Edad Media, en trasladar los textos confinados en los libros
códice al formato electrónico, pues, salvo algunos
ejemplares que permiten la utilización del escáner,
el proceso de digitalización no es distinto al sistema
empleado en la Edad Media: «A partir de
la época carolingia, los cenobios generalmente forman
escritorios organizados que, en algunas grandes abadías,
llegan a ser verdaderos talleres especializados en la
producción de libros litúrgicos. El método de
trabajo más común consiste en la copia concienzuda
del ejemplar, cuadernillo a cuadernillo, de manera casi facsimilar.
El trabajo podía adelantarse repartiéndolo entre
varios escribas, como hizo un equipo de diez monjas alemanas para
culminar una obra de san Agustín en tres volúmenes
entre los siglos VIII y IX»
. Así, un texto
concebido para ser leído con las pausas y espacios de la
hoja de papel se convierte en una amorfa e ilegible marea de
caracteres, que requieren la vuelta al formato original, es decir,
la impresión en papel, para su lectura. Lo que se conoce
como libro electrónico no es, de ninguna manera, hipermedia.
Llevar la literatura tradicional a lo hipermedia requiere un
proceso de adaptación similar al que exige una novela para
convertirse en producción cinematográfica. Surge la
necesidad de explorar el lenguaje que se está conformando
para que el formato funcione como verdadera plataforma para las
artes y la literatura.
El traslado del
texto impreso, escrito, construido y pensado para papel, puede
funcionar para reforzar su almacenamiento y ampliar su
divulgación, pero no para ser leído en el espacio
virtual, por lo difícil que resulta para una persona
cualquiera la lectura prolongada en pantalla. Los libros
electrónicos funcionarán cuando la tecnología
sea capaz de popularizar máquinas que reproduzcan los
beneficios del papel, como ser portátiles y livianos,
almacenaje versátil, ausencia de pantallas luminosas para
dar paso a la tinta electrónica. Aún así,
escritores como Cody Doctorow encuentran ventajas en el traslado de
la literatura tradicional al espacio virtual. Se examina al libro
electrónico como herramienta de «marketing»,
pues «regalar libros electrónicos
vende más libros de papel»
y porque «los libros electrónicos complementan a
los libros de papel»
: «El
valor distintivo de los libros electrónicos gira alrededor
de la mezclabilidad y enviabilidad del texto electrónico.
Los libros electrónicos no ganan a los libros de papel en
cuanto a tipografía sofisticada, no están a su altura
en cuanto a la calidad del papel o al olor de la cola. Pero intenta
mandarle un libro de papel a un amigo que vive en Brasil, gratis,
en menos de un segundo. O cargar mil libros de papel en un dedal de
memoria flash que llevas enganchado al llavero»
.
Este bien intencionado traslado de contenidos de un medio a otro presta algunas ventajas, como la preservación del contenido en una máquina que se presume más duradera que el libro; el sistema de búsqueda por palabras que ubica de inmediato un vocablo o frase contenida en la obra; o la posibilidad de copiar un fragmento o el texto digitalizado completo sin necesidad de transcribirlo, siempre que la descarga no se efectúe bajo programas fabricados con el propósito de impedir la copia. Pero la pregunta que debe responderse no es si se puede acceder a la lectura de manera no lineal, sino si esta lectura tiene sentido, permite entender historia y mensaje, pues también tiene lectura «no lineal» quien se salta las páginas.
En otras ocasiones no son instituciones las que publican textos, sino noveles autores que no han podido encontrar editores para sus obras tradicionales y optan por la edición digital, como es el caso de la novela 42 y 195, de Miguel del Fresno, que publicó una historia desde un blog, en el que el narrador cuenta su experiencia como corredor de maratones, día a día, desde el 5 de diciembre de 2003 hasta el 3 de octubre de 2004. En algunos casos se logra una sólida comunidad virtual, como en el Círculo Internacional de Literatura Vanguardista La Lupe, que presenta los textos en distintas categorías: Vanguardia, Postmodernismo, Metapoesía, Gótico, Barroco, Medieval, Clásicos y Románticos, Progress y Underground, Haikú y Tanka, Ensayo y Filosofía, Op-art & Kinetic y Literatura en movimiento.
Las formas
multimedia y virtuales enfrentan enconados detractores, como el
«geógrafo cultural
británico Kevin Robins»
, quien asegura que el
«escapismo y el desprecio de 'lo real'
de determinados discursos neokantianos y postmodernos, frente a
versiones más políticas como el ciberfeminismo, son
señalados como inductores de un narcicismo irresponsable que
borra la diferencia entre el 'adentro' y el 'afuera' del
ciberespacio. Esta negación del contexto tiene su efecto en
un debilitamiento ético que hace cada vez más urgente
la reubicación de la cultura virtual en el 'mundo real'. Su
conclusión es tajante: 'la tecno comunidad es esencialmente
un ideal antipolítico'»
. Sin embargo,
¿acaso el desprecio de lo real no existe ya en el sistema
político? ¿Acaso los gobernadores no se alejan de la
calle, fenómeno que se agudiza más cuanto más
tiempo tienen en el poder? ¿Acaso el sistema de conocer por
intermedios (como servicios de inteligencia, encuestas o
departamentos de comunicación) no causa la sensación
de conocer el 'afuera' sin abandonar el 'adentro', es decir,
confundir ambas realidades? Por el contrario, la falta de
procesamiento de gran cantidad de información volcada al
ciberespacio (chats,
blogs, e-mails) retrata, de manera muy
fiel, la realidad del «afuera», aun cuando las
personalidades se escondan tras seudónimos.
En todo caso, el
proceso de cambio se avizora inexorable, a pesar del
condicionamiento que el mercado y sus agentes ejercen sobre el
deseo personal del lector. Deseo que se define como «una perspectiva no normativa, no impositiva,
sino libre y sugerente»
, pues «el principio de deseo en la exploración
del corpus objeto de lectura [...] reemplaza al principio de
autoridad en la fijación del canon. De hecho se puede
afirmar que este modus operandi subvierte en sí mismo la
propia idea de canon -que idealmente es uno que se quiere
sancionado por una comunidad equis: literaria, universitaria,
crítica...- en la medida que se constata el ejercicio de
diseminación de los cánones surgidos de una
experiencia «deseante» de lectura, y la constante
evolución de los mismos por parte de cada
lector-crítico»
. Lo que sucede es que aún
no existen contenidos literarios suficientes ni populares en el
ciberespacio, lo que impide que el público disfrute de una
variedad continua de lectura para todas las edades. Motivo por el
que esta tecnología «no va a
provocar desapariciones bruscas, sino tan solo el traspaso del
testigo a otro corredor, otro sistema
útil»
. De cualquier manera, la
propagación de este sistema útil deberá vencer
los miedos y ansiedades que provoca. «Hay tres fuentes de tensión
específicas que requieren ser investigadas: en primer lugar,
la desconfianza en la palabra escrita -que es un legado
platónico- y, en particular, el temor a que el lenguaje, sin
la mediación o la presencia física de los
interlocutores, pierda su función comunicativa y se
convierta en un mero receptáculo de información; en
segundo lugar, el escurridizo estatus ontológico del texto
digital, la necesidad de entender el mundo digital como objeto y,
en particular, la ansiedad generada por su desconcertante carencia
de presencia física y material; y en tercer y último
lugar, la vaga distinción entre los elementos verbales y no
verbales de la textualidad electrónica y, en concreto, la
capacidad del hipertexto para simular la simultaneidad y la tercera
dimensión, que son características habituales de las
artes visuales. Es común a estos tres temas la
sensación de que están borrando los límites
tradicionales y formales entre el autor y su obra, entre el
significante y el significado, entre lo visual y lo verbal, y
así sucesivamente. Por supuesto, estas oposiciones han sido
siempre objeto de discurso teórico, pero su discusión
ha adquirido una mayor urgencia ahora que las nuevas
tecnologías han logrado llevar a la práctica lo que
antes estaba cómodamente confinado al ámbito de la
teoría»
.
El libro como
objeto ha logrado cautivar a la humanidad, quizás por gozar
del aura que le atribuyeron las grandes religiones, como el
cristianismo, el judaísmo y el islamismo: «Si una cierta sacralización es atribuida
al mismo concepto de la escritura, esta puede acabar por contaminar
también a los soportes de, al menos, los textos
sagrados»
. El libro también representa la
sabiduría y la cultura, símbolo que, al contrario de
una obra de arte, posee un relativo bajo precio al consumidor.
«(Los libros) no consistían
sólo en la posibilidad de leerlos, sino también en el
hecho de poseerlos y exhibirlos como símbolos de decoro.
Esta ambivalencia de funciones se ve claramente en buena parte de
los libros poseídos por los nobles y aristócratas,
concretamente en aquellos que se pueden englobar bajo la
categoría del libro cortesano. El libro, en fin, como un
signo visible, junto a otros, de la civilidad, cortesía y
buenas maneras distintivas de las cortes aristócratas,
aparte de una señal de la riqueza y del poder. Copiados en
pergamino con notable primor y riqueza de ornamentos, en muchos
casos se trataba de piezas de encargo efectuadas por copistas
profesionales. Para ellos, la lectura formaba parte de una paideia
más amplia, junto al arte de la conversación o la
música, aunque a partir del siglo XV fue adquiriendo
más presencia al tiempo que cuajaba el modelo del noble
culto»
.
Cuando los
bibliófilos actuales acuden a la librería sucede un
acto fetichista: sostienen el objeto, lo sopesan, evalúan la
calidad del papel, de la encuadernación, del trabajo
gráfico. En casos de bibliofilia extrema, se imagina
qué lugar podría ocupar en su colección, se
llega a visualizar el lomo en el anaquel. «Nos aferramos a los libros como si
creyéramos que en el pensamiento humano coherente
sólo es posible en páginas numeradas y
encuadernadas»
y, sin embargo, los libros sólo son
«portadores secundarios de la
cultura»
, un objeto tecnológico con limitaciones
insuperables. La más reconocida es su fragilidad. «Baste señalar que de las 120 obras
incluidas en los catálogos del prestigioso Sófocles,
hoy sólo existen 7 en estado íntegro y cientos de
fragmentos. Safo de Lesbos, la gran poetisa, dejó una obra
compilada en 9 libros, pero hoy sólo tenemos dos odas casi
completas y meros fragmentos. Los 5 libros de Corina de Tanagra, la
segunda poetisa relevante en la poesía griega, competidora
de certámenes donde venció a Píndaro, hoy
está reducida a un grupo de fragmentos incoherentes. De las
82 tragedias de Eurípides sólo tenemos 18, un drama
de sátiros y abundantes citas. Y ese horror es
todavía mayor»
.
El papel no
sólo es fácilmente destruible, sino que envejece. La
acidez carcome el material aún bajo los extremos cuidados
del bibliotecario, por no hablar de la acción de insectos y
polvo en las estanterías caseras. También los
recintos donde se protegen los libros resultan tan endebles como el
folio ante las grandes desgracias, como sucedió con la
destrucción de la Biblioteca y el Archivo Nacional de Bagdad
durante la invasión norteamericana de 2003, en la que se
calcula que fueron destruidos un millón de libros y diez
millones de documentos. Una historia que parece circular: «La tradición arquitectónica
helenística consagró sólo siete monumentos.
Uno de ellos fue el templo de Artemio en la ciudad de Éfeso,
conocido universalmente como templo de Diana, cuya
construcción comenzó con Creso, rey de Lidia, hacia
el 550 a. C. y
concluyó, según Plinio, ciento veinte años
después. Lo interesante de su historia es que hacia el 356
a. C., un desconocido llamado
Eróstrato, dicen los cronistas, incendió el templo
para pasar a las páginas de la historia y su nombre fue
prohibido. Hasta aquí todo ha sido divulgado, pero en ese
incendio se quemó el único manuscrito original de la
obra completa del filósofo Heráclito de Éfeso,
quien creyó proteger su libro depositándolo en el
templo donde solía pasar el tiempo jugando con los
niños»
. ¿Cuántos libros se han
escrito durante la historia de la Humanidad y cuántos
sobreviven?
Y, por el
contrario, cuántos se han publicado con contenidos
similares, produciendo la babelografía, «una disfunción por exceso»
:
«El papel, como soporte, no permite
alterar la información sobre él impresa, impone una
organización lineal de la información de manera que
de nada valdría arrancar de una publicación la hoja u
hojas conteniendo la información a eliminar o actualizar,
porque se rompería la estructura, el discurso, la obra [...]
es la dificultad creciente, por el tiempo a emplear, de alcanzar la
información nueva para el lector a medida que la
producción bibliográfica es mayor. La babel moderna
está en una base de datos mundiales»
.
Una
distorsión que provoca que «el
asunto crucial con la información no es la posesión
sino el acceso»
, añadido a la dificultad de
descubrir información tanto novedosa como fiable, pues
«la superabundancia de libros
conduciría a la difusión de errores [...] Todas las
copias eran parecidas y por lo tanto era imposible comparar y
corregir unas copias con otras. Un error cometido en una copia
aparecía en todas y no había ningún control
como lo había al cotejar manuscritos individualmente
preparados»
. Aunque con los manuscritos también se
sucedían errores, algunas veces intencionados: «Galeno descubrió numerosas
falsificaciones en esta biblioteca (de Pérgamo, fundada por
el rey Eumenes en el siglo II a.
C.) Al parecer, la prisa por contar con una de las
colecciones más valiosas del mundo fomentó deslices
filológicos. Uno de los casos más graves fue el falso
hallazgo de un discurso desconocido de Demóstenes; en
realidad, apenas era un texto poco divulgado, pero ya editado en
Alejandría. Laercio ha contado que los bibliotecarios a
veces cometían censura contra los libros y expurgaban los
pasajes que les parecían inconvenientes»
.
Otras limitaciones
del libro códice también se relacionan con su
corporeidad: necesita luz externa para ser leído, y requiere
la utilización de las manos como soporte adicional del
formato, lo que exige la renuncia a otras actividades
mecánicas complementarias (que no necesitan atención
mental), mientras que la pantalla se mantiene con autonomía
en una posición que permite la lectura y el avanzar
automático o con sólo presionar una tecla. Aunque los
defensores del libro encuentran en su materialización
grandes atributos, como «la
sensación de 'mirar y tocar' que posee un libro, en
comparación con las crudas letras de una pantalla de
ordenador. 'No puedes llevártelo a la cama' es el estribillo
sensual, pero ya falso esgrimido por los chauvinistas del libro.
¿No es más importante el contenido de un texto que
estas preocupaciones materialistas, casi
ergonómicas?»
. El códice, además, no
permite interactuar, una característica que ya poseía
la literatura en otros tiempos: «Ahora
elogiamos a los textos electrónicos por la facilidad de
copia y reestructuración, olvidando a veces que el relativo
éxtasis, por no decir intransigencia, del libro impreso con
el que estamos familiarizados es una anomalía en la historia
de la palabra escrita y que las antologías hechas por el
usuario han sido la norma»
.
El costo de
publicación también se observa como una afrenta a la
cultura. En 1759 Laurence Sterne ofreció los dos primeros
volúmenes de su obra Vida y opiniones del caballero
Tristram Shandy al editor Robert Dodsley, que la
rechazó. El autor, entonces, publicó con su propio
dinero la primera edición. Luego del éxito inicial,
Dodsley se interesó por la obra y pagó 600 libras por
sus derechos, 12 veces más de lo que hubiera desembolsado al
principio. Cabe la pregunta: ¿Cuántos manuscritos
valiosos quedaron inéditos por pobreza de sus autores?
«Carroll escribió tres versiones
diferentes de Las aventuras de Alicia en el país de las
maravillas. La primera, titulada Las aventuras de Alicia
en el mundo subterráneo se la dio a Alice Liddell, el
26 de noviembre de 1864 [...]. El texto más conocido fue la
segunda versión escrita por Carroll después de que
sus amigos le animaran a publicar como libro el manuscrito que
ellos habían tenido la oportunidad de leer. [...]. Ni
Carroll ni su editor esperaban este éxito comercial. Carroll
convenció a Mac Millan para que aceptara el libro a partir
de una comisión. Tuvo que pagar las ilustraciones, la
impresión y los grabados y tras decidir retirar la primera
edición, describió sus perspectivas comerciales el 2
de agosto, en su diario, en estos términos: 'Finalmente he
decidido la reimpresión de Alicia y que los primeros 2.000
sean vendidos como papel viejo. Si consigo 500 libras con la venta,
esto me dejará una pérdida de 100 libras y la
pérdida de los primeros 2.000 será probablemente de
200 libras, dejándome sin 200 libras. Pero si se pudiera
vender una segunda de 2.000, costaría 300 y daría 500
libras, así cuadrarían mis cuentas; y cualquier venta
más daría ganancia, pero no puedo contar con ello'.
Sin embargo, Carroll quedó muy sorprendido de que 'Alice,
lejos de ser un fiasco económico me ha estado aportando unos
beneficios considerables cada año' [...]. El entusiasmo de
la reina Victoria por el libro, que se convirtió en una
leyenda ya de por sí, sólo reforzó su
posición, y el hecho de que fuera vendido al elevado precio
de siete chelines y seis peniques lo convirtió
también en un éxito comercial»
.
Por último,
a pesar de las defensas de sus admiradores, el libro códice
se ha desvirtuado. Como denuncia Rodríguez de las Heras, el
libro se enfrenta a su dilema: «Por los
avances en las artes gráficas y los cambios en el mercado,
el libro ha dejado de ser considerado como un objeto contenedor de
una información perecedera [...]. Ya no se utiliza al libro
para contener y transmitir una información que merezca durar
en el tiempo, sino que presenta la levedad y la inconsistencia
más propias de una pantalla de televisión, la
disfunción es inevitable [...]. Si (el libro) intenta estar
a la altura de los cambios deja de cumplir con la función de
permanencia, y si, por el contrario, procura la perdurabilidad, se
hace incapaz de recoger lo nuevo»
. La hipotética
desaparición del libro sólo ocurrirá cuando la
humanidad encuentre una máquina de confinamiento de la
memoria que mejore las imperfecciones del códice, como
sucede con el ciberespacio que, no obstante, no resulta el medio
ideal para los contenidos pensados y elaborados para el libro
códice.
La
democratización de la cultura implica la pérdida de
poder de quienes lo monopolizan, como lo demuestra el balance de
los monasterios benedictinos en la Edad Media, cuyo estancamiento
coincide con la invención de la imprenta, que produjo
«la formación de las bibliotecas
privadas y la extensión de las fuentes de información
más allá del sermón y la universidad, y hacia
una elección individual de las lecturas»
. En ese
tiempo, «la tecnología de la
escritura había penetrado profundamente en la estructura
social y económica de la comunidad monástica. [...]
Los monasterios benedictinos muestran una curva de crecimiento
desde el 500 hasta el 1000 d. C., siendo claramente
ascendente hacia el milenio, seguido por un envidiable crecimiento
que mantiene la prosperidad desde el 1000 al 1500; sin embargo, los
últimos quinientos años -la edad de la imprenta-
muestran unos resultados más heterogéneos»
.
Hoy día, los autores y editores encuentran más
económica la publicación en formato
electrónico, pero no logran recuperar la inversión
con la venta directa de la obra y no logran una mejor
difusión que la que obtendrían si la publicaran en
formato códice. En parte porque los canales del mercado lo
impiden pero, sobre todo, porque el acceso a la tecnología
está vedado, por un costo prohibitivo para algunas
realidades, a la gran mayoría de la población
mundial.
La cultura
hipermedia ha multiplicado el valor de la información,
entendida como «un recurso eminentemente
virtual, puesto que no se agota con el uso, y puesto que su valor
reside en su potencial para crear riqueza»
. En
teoría «internet es el paradigma
de la convergencia de todas las sustancias expresivas, un canal
flexible que admite todo tipo de informaciones y relatos, el
soporte de los soportes que puede albergar a todos los medios de
comunicación existentes, sean o no interactivos»
.
En teoría también los bancos de información
virtuales cumplen con los mismos fines que las bibliotecas, que
«son simples manifestaciones de un
proyecto cultural más amplio: hacer que el conocimiento
esté disponible en acceso no lineal en todas las formas
posibles»
. Pero la falta de sistemas discriminadores para
hallar la información en el ciberespacio dificulta la
utilización de esta fuente de conocimiento.
Para utilizar la
información depositada en los bancos de contenidos, se
requiere facilidad y rapidez para indagar, cualidades que han
desarrollado «buscadores» comerciales de internet. Como
dice O'Donnell, «lo que estaré
dispuesto a pagar cuando los océanos de datos salpiquen mi
puerta será la ayuda para encontrar y filtrar esa
inundación para satisfacer mis necesidades»
. No
obstante, estos servicios jerarquizan la información
según parámetros no transparentes de
clasificación. Es cierto que internet ha inaugurado una
nueva era de lectura, pero surge la paradoja de que la
mayoría de la gente prefiere que una máquina lea en
su lugar, aún cuando la mayoría de los textos han
sido escritos para ser leídos de manera lineal. Con la ayuda
de los buscadores ya no resulta imprescindible la lectura para
hallar un dato, menos aún para intentar una
interpretación. «Nadie de
nosotros puede soñar con leer ni una mínima
fracción del total de páginas de la Web, pero
analizando las estructuras de enlaces que unen todas esas
páginas, Google es capaz de extraer conclusiones
automatizadas sobre la relevancia relativa de distintas
páginas frente a distintos argumentos de búsqueda.
Ninguno de nosotros se tragará jamás el corpus
completo, pero Google puede digerirlo para nosotros»
. El
tiempo para alcanzar la información se acorta
magníficamente, pero no consta cuál es la calidad de
los contenidos.
En los
países desarrollados el índice de usuarios de
internet aún está lejos de ser absoluto, pero las
cifras ascienden cada año. Sin embargo, para que en un
futuro los lectores del primer mundo puedan prescindir de las
bibliotecas, el ciberespacio deberá perfeccionar su sistema:
catalogación organizada, compromiso de conservación,
sistema de apoyo en las búsquedas, filtros establecidos por
los bibliotecarios, pues «de forma muy
acelerada, se ha pasado de la carencia a la sobreabundancia -en la
población privilegiada del planeta [...] La
tecnología proporciona una asombrosa capacidad de ver, pero
no de volver a ver, de hacer memoria de lo que se ve; de ahí
esta percepción caleidoscópica del mundo [...] La
tecnología de información digital -fijémonos
en su manifestación más llamativa: la red- ha creado
una inmensa cuenca en donde verter sin freno información.
Difícilmente se habría podido imaginar hace
años un contenedor tan fenomenal de información
indiscriminada, tanto en sus contenidos como en sus códigos
[...] La sociedad sobreinformada tiene un reto: [...] confinar la
información»
y discriminarla con patrones
transparentes para el usuario, que a su vez tendrá que
clasificarla según las intenciones (comerciales,
políticas, morales) del buscador.
Las dificultades
entrañadas por la forma en que se accede a la
información en internet se multiplica con el enfrentamiento
constante entre el contenido hipermedia y la máquina que lo
confina. El hipermedismo tiene el reto de no desaparecer junto a un
soporte expuesto a una rápida obsolescencia. «Hay que aceptar ya que una nueva
arqueología aparece con estas tecnologías: la que se
dedica a recuperar, ya no bajo la tierra, sino bajo la
obsolescencia, información valiosa que ha quedado atrapada
en soportes y aparatos fuera de uso»
.
Además de
la obsolescencia, los hipertextos se enfrentan a otro
fenómeno que atenta contra la pervivencia de lo escrito en
formato digital: el desvanecimiento. El desvanecimiento es la
desaparición del texto. La página web que ya no se
puede encontrar, de la que no hay pistas, que se desvaneció
del servidor que la tenía alojada y de los buscadores que la
referían, aunque persista su referencia en algunos glosarios
o índices digitales. El ciberespacio no funge como
biblioteca. No se preocupa por el cuidado de los libros que ha ido
adquiriendo con el tiempo. Ahora las obras mueren, atacadas por la
falta de presupuesto o el aburrimiento. Dejan de existir,
simplemente. Y así como han tenido la oportunidad de estar
en todos lados con un sólo ejemplar, también
desaparecen de todos lados cuando ese ejemplar se desvanece.
«Hay libros medievales manuscritos que
pueden haber estado sin leer por centenares de años, pero
que ofrecían sus tesoros al primer lector que los encontrase
y lo intentase. Un texto informático sometido al mismo grado
de descuido es inverosímil que sobreviva cinco
años»
.