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Para una lectura psicológica de los
cuentecillos de locos del segundo
Don Quijote127
Université de Paris-Sorbonne
Las lecturas psicológicas deberían proscribirse, pues implican al autor, que es cosa inconocible.
Con todo, si hoy se hace caso omiso de la proscripción, es porque la lectura psicológica que aquí se esboza no es ninguna hipótesis capaz de explicar los textos en última instancia, sino solamente un bosquejo de las condiciones generales que en primera instancia permitirían fundamentar la angustia que las engendra.
La angustia no es el texto, sino más bien el disparador que lo produce y que deberá sobrepasarse para acceder a la literatura. Sobre todo si se trata de una obra como el Don Quijote que con toda evidencia no es un libro liberador sino un tratado de la escritura mimética. Para que así sea, es preciso que en alguna parte se objetive un delirio, substituyéndosele un discurso indiferente a toda clase de contingencia personal.
—88→Freud solía decir que el hombre sano (el que escribe -sólo porque escribe- es sano) ha de ser lo bastante neurótico para soportar lo real, y lo bastante psicótico para querer transformarlo. Tal es sin duda el caso del que en 1615 firma el Prólogo al lector del Ingenioso Caballero, así como el primer capítulo de la obra inédita continuadora de un precedente proyecto que un malévolo anónimo ha procurado echar abajo.
No se salva de la psicosis quien quiera. Precísase para ello una salud moral a prueba del fuego y capaz de abrir al loco que mora en cada uno de nosotros la perspectiva de su transcendente libertad.
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Según el naturalista francés Quentin, las más fuertes especies son las que soportan sin daño las modificaciones que alteran los medios ambientes que les son asignados. La resistencia es el criterio de fuerza o robustez. A la inversa, el criterio de la fragilidad es precisamente la casi imposibilidad de soportar la alteración del medio ambiente.
De todas las especies, la más frágil sin duda ninguna es el esquizofrénico.
Si se ve constreñido a cambiar su área o territorio, el trauma puede ser tal que al instante precisa construir una identidad nueva en lugar de la que ha perdido y que se ajustaba tan estrechamente al territorio antecedentemente ocupado. Diríase que el esquizofrénico es incapaz de concebir un espacio independientemente de su persona, pues forma cuerpo y bloque con él.
La causa de ello es que el problema del esquizofrénico es su casi imposibilidad de asociar representación de palabra y representación de cosa (Freud, Metapsicología). Forma cuerpo con las cosas que le circundan hasta el extremo que le confieren su identidad, es decir el personaje que por fuerza ha de ser en función de ella.
Un enfermo E -me dice un psiquiatra- tiene que desplazarse hacia la cocina. No dirá: «Voy a la cocina», sino: «Soy el cocinero».
Con eso, ocupa el espacio dominándolo, invirtiéndose en un personaje que es el dueño soberano de dicho espacio. De modo que no sólo E ha sentado su adecuación al lugar, sino que ha ganado en poder y grandeza.
—89→Si tiene que cambiar de territorio para dirigirse, por ejemplo, hacia la enfermería, le será necesaria una adaptación que tal vez tomará la forma de una especie de entorpecimiento o letargo, del que emerge otro yo, para decir: «Yo soy el enfermero». Aparecerá entonces como el personaje mayor de la enfermería, formando bloque con ella.
Obsérvese que en todos los casos el esquizofrénico identifica al personaje en que se invierte, con una función que es la que asume correlativamente a su circunstancia: circunstancia, personaje y función son, por así decirlo, indisociables.
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Mi propósito es leer a la luz de las consideraciones que preceden los tres cuentecillos de locos que abren el segundo Don Quijote.
Los dos primeros se hallan en el Prólogo al lector (cuento del «loco hinchaperros» y del «loco aplastaperros»), y el tercero, que es a la vez el más desarrollado y el más sencillo, se lee en el primer capítulo del libro: es el cuento del loco del loquero de Sevilla que a punto de salir libre, proclama que no es sino Neptuno, dios de las aguas.
Esos tres cuentos tienen en común de suscitar casos que, de una manera o de otra, se emparentan con la esquizofrenia.
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Cuento III - La casa de locos de Sevilla (II, 1). Texto:
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El que narra el cuentecillo es el barbero. Están en casa de don Quijote, al que ha ido a visitar en compañía del cura. La finalidad del cuento es sentar que la locura es incurable y que ningún enfermo podrá librarse de ella. Ni qué decir tiene que el barbero no entra en ninguna consideración relativa al tratamiento de la enfermedad o a sus causas, a diferencia del protagonista, el licenciado de Osuna, que defiende la tesis que la locura procede de tener los locos «los estómagos vacíos y los celebros llenos de aire». El loco promete a sus camaradas hacerles llegar regalos que coman y que les aconseja comer «en todo caso», pues el ayuno debía formar parte del tratamiento ordinario de la locura. Por donde se sigue -asegura el loco- que «el descaecimiento en los infortunios apoca la salud y acarrea la muerte».
¿De qué descaecimiento y de qué infortunios se trata si no del «recogimiento» en los asilos y hospicios en los que la demencia no conoce más cura que la humillación y malos tratos? La reflexión crítica del licenciado loco bien podría ser una réplica al despiadado barbero.
Según se desprende del cuento, el discurso del loco es tan sensato que el capellán mandado por el obispo para examinarlo, da orden contra el parecer del rector, de ponerle en libertad. No le queda más al loco que salir del loquero y volverse a su casa. Es precisamente lo que no hace: Movido del deseo de despedirse de sus camaradas, el loco demora el abandono de un territorio que ha sido suyo y que compartía con sus congéneres, a saber: un loco furioso, por ahora sosegado en su jaula, a quien el licenciado procura animar prometiéndole regalos alimenticios, y otro loco en otra jaula frontera de la del furioso. Este último, desnudo en su estera vieja, interviene entonces como hablando al foro, para preguntar quién es el que se va sano y cuerdo.
O sea: un territorio de tres locos, de los que el uno -el licenciado (loco I)- habla a un loco sin habla -el furioso (loco II)- y cuya función se limita a ser espejo sonoro o receptor de otro loco auténticamente furioso (loco III), y que entra a hablar dirigiéndose —93→ al universo en un discurso en que el loco I no existe más que como comparsa en el espacio que constituye la casa de locos y sus aledaños, es decir Sevilla.
Entre las criaturas que pueblan este espacio, el loco I se ve negar todo derecho a la salud, hasta el punto que el loco III, que se dice detentor de los poderes de Júpiter amenaza no con exterminar al loco I sino a la misma Sevilla, o sea el entorno del territorio jupiterino, por el pecado que constituye la liberación del licenciado, al cual se dirige hablándole primero de vos y después de tú. El crimen de lesamajestad será castigado por Júpiter por la sequía, que provocará gracias al fuego celeste del que es dueño y señor. A lo que el loco I contesta que no hay nada que temer, pues él es Neptuno, dios de las aguas, que lloverá todas las veces que fuere menester.
Habráse reconocido un esquema análogo al que se ha descrito, en que el esquizofrénico forma cuerpo con su territorio, del que es dueño y soberano por la función que se atribuye.
Aquí el territorio es un Olimpo identificable con la casa de locos y la misma Sevilla, territorio sobre el que los dos locos (I y III) pretenden ejercer su soberanía funcional por medio del fuego y de las aguas.
La fuerza del cuento reside en el que media toda la distancia del mundo entre la miseria del loco que yace desnudo en su jaula y el universo que pretende regentar por su estatuto y función. Lo mismo pasaba con el enfermo que se decía ser cocinero en la cocina o enfermero en la enfermería.
A lo que hay que añadir que aquí el espacio es doble, pues coexisten en un mismo espacio geográfico el espacio del loco I y el del loco III: dos espacios distintos aunque coincidentes.
Para el loco III, el loco I no existe en su espacio sino como súbdito loco sin estatuto diferencial propio. Y asimismo el loco I no concede al loco III ninguna existencia propia si no es la de una impotente contingencia: ¿qué puede la sequía contra el dios de las aguas?
La incomunicabilidad de esos dos territorios que no son sino uno sólo en la realidad cadastral, se marca por el hecho que los dos locos en cuestión no tienen más contacto que por mediación del loco II, que recibe el discurso del loco I al que responde como hablando al foro el loco III, pues la altercación alocutiva no es sino episodio o peripecia de un discurso dirigido al universo, -del que, con todo, el loco I no deja de ser causa ocasional.
—94→La lentitud de la narración, la morosidad de los desarrollos internos, conduce a un desenlace fundado en la voluntad oculta o inconciente del loco I, que es el protagonista, de no desprenderse de un territorio con el que se identifica mediante su personaje y su función.
La complejidad del cuento se debe al desdoblamiento del loco en dos personajes:
protagonista (loco I) vs antagonista (loco III)
-cosa que no perjudica en nada la sencillez del esquema psicológico, que no es el mismo para los dos locos.
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Cuentos del Prólogo al lector (cuentos I y II).
Los dos cuentos del Prólogo tienen en común el poner a los locos en contacto con perros que son los disparadores y víctimas de su locura.
El primer cuento es el del loco hinchaperros, y el segundo el del loco aplastaperros.
Luego diremos por qué son perros los que intervienen en los dos cuentos; y por lo que se refiere a la inserción de los dos cuentos en el Prólogo, el tema será tratado en su tiempo.
Cuentos I y II. Texto:
A diferencia del cuento III, los cuentos I y II se fundan en un esquema más sutil y abstracto de la locura.
El loco del cuento I es de Sevilla y su locura se califica de «gracioso disparate». Después de hinchar el perro y despedirlo con un par de palmaditas en la barriga, se vuelve a los que le miraban, diciéndoles: «¿Pensarán vuestras mercedes que es poco trabajo hinchar un perro?», -o sea: -«¿Pensarán vuestras mercedes que mi función de hinchaperros es poca cosa?»
El cuento II es de muy otra índole, por ser el loco de otro origen: es de Córdoba.
Los dos cuentos tienen por actores y víctimas dos perros. La razón de ello es que ambos se fundan en expresiones que implican al perro nominativamente o una especie de perros: los podencos.
La primera de esas expresiones es
hinchar el perro, que significa:
«Fig. y fam. Dar a lo que se dice y hace proporciones
exageradas»
(DRAE).
La segunda que consta en Correas:
«No, que es podenco. Que no se mate ni haga mal, porque es
perro de provecho»
, y que figuradamente significa que hay que tener cuidado en no
meterse uno en lo que no le toca, y se guarde de intervenir a destiempo.
Esos dos dichos son los que se escenifican en el teatro de la locura. Los dos locos, sin duda ambos esquizofrénicos, se hallan inducidos en su demencia a entender los dichos al pie de la —96→ letra, en la medida en que no saben ni pueden indisociar la representación de cosa y la palabra, -que según Freud es síntoma específico de la esquizofrenia.
Hinchar el perro nunca ha significado hinchar un perro soplándole aire por el culo: ese valor del dicho es de cosa, no de palabra. Lo mismo, No, que es podenco o Guarda, que es podenco, que el loco cordobés ha hecho suyo, no significa que uno debe guardarse de malherir a los podencos, sino más generalmente y por valor de palabra, mirar por lo que uno hace.
Por otra parte,
podenco, por valor de palabra, designa a un
podenco (
Covarrubias:
«El perro de caza que busca y para las perdices»
), y no a cualquier perro, que es lo que la palabra connota de
ahora en adelante para el esquizofrénico de Córdoba. La
representación verbal de
podenco permite diferenciar en valor de cosa,
podencos, alanes y gozques. Ahora todos se indiferencian bajo la
denominación podenco que ha sido objeto de una generalización
excesiva y por lo mismo patológica.
Ahora bien: ¿cómo definir la esquizofrenia del loco de Sevilla y del de Córdoba?
La diferencia con los de la Casa de Sevilla (cuento III) es que los territorios del hinchaperro y del aplastaperros, son más lineales y abstractos que los de Júpiter y Neptuno. El territorio del loco en los cuentos I y II no cabe en espacio geográfico o cadastral, sino que se define por la relación del loco con el perro: territorio relacional, que no deja de circunscribirse en el espacio que ocupan los mirones.
En el segundo cuento, más complejo que el primero, el territorio es asimismo relacional, es decir marcado por la relación del loco con el perro. Ese territorio es el que se le ofrece al loco para que en él cumpla puntualmente su función, que es aplastar perros. Pero esta vez el territorio se circunscribe en un espacio ocupado por el amo del perro que el loco acaba de aplastar, y que es un bonetero.
Obsérvese en primer lugar que el castigador del loco es un oficial artesano, que asalta al loco con una vara de medir, o sea con un símbolo de la mesura, de la que el loco carece en absoluto.
Un rasgo esencial del caso -y será mi segunda observación- es que se presenta como un mecanismo de proyección, como una identificación perspectiva del loco con el perro al que destina la losa de mármol que lleva en la cabeza, y que no es —97→ sino la materialización, en forma y con valor de cosa, de la propia angustia. De esa angustia el loco se descarga en el perro que es otra imagen de él mismo: «yo llevo la carga de angustia, y a ti la destino, que eres imagen de mí mismo». Es lo que comprende el bonetero, que apalea al loco llamándole «perro»: «Perro ladrón, ¿a mi podenco? ¿No viste, cruel, que era podenco mí perro?». O sea: «Tú eres perro, y por perro atacas a los perros. Pero no eres podenco, cosa que es mi perro al que no tienes ningún derecho de agredir». En efecto, la diferencia de palabra: podenco ≠ perro, se resuelve en diferencia de cosa, de modo que un podenco es podenco y no propiamente perro.
El castigo debió resultar, ya que el loco llevó un mes sin salir de casa. Pero al cabo de este tiempo, volvió a su invención «con más carga», es decir: más loco por la represión, cosa que se marca en el incremento de la carga, o sea: de la angustia.
El castigo del bonetero debió consistir sin duda en invertir, mediante el apaleamiento, el mecanismo proyectivo.
Si antes el perro no era sino imagen del yo, ahora el loco percibe todo podenco, -es decir todo «perro» indiscriminable bajo la representación verbal de podenco- como un yo, de modo que, manteniéndose vigente la identificación perro = yo, él es ya el único perro posible, habiendo accedido todos los demás perros a la inmunizante condición de «podencos». Así es como «no soltó más el canto».
* * *
Los dos cuentos se insertan en un Prólogo esencialmente polémico contra Avellaneda y el grupo o «clan», tal vez encabezado por el mismo Lope de Vega, del que el falsario debió hacerse portavoz.
Los dos locos son muy contrastados: el loco de Sevilla es alegre, el de Córdoba tétrico. El sevillano es un loco blanco, el cordobés un loco negro.
El loco negro se identifica fácilmente con Avellaneda:
¿De quién serán esos libros que, por malos son «más duros que las peñas», sino del mismo Avellaneda? Nótese que se le —98→ califica de «historiador», que sólo en boca del cura es meliorativo, pues más gusta de la historia que de los disparates de la delirante poesía, que es como decir que el Don Quijote apócrifo sólo podría gustar a los censores eclesiásticos de los libros de caballería.
Si Avellaneda es el loco de Córdoba, ¿quién será el de Sevilla?
No hay más solución, por hipotética que sea, que la de identificar al loco blanco con el propio Cervantes, autor del libro que le están aplastando bajo la carga de otro libro «más duro que las peñas»: «¿Pensará vuestra merced (este 'vuestra merced' se dirige a Avellaneda) que es poco trabajo hacer un libro?»
Merece observarse que de nuestros tres cuentecillos sólo uno figura en colecciones impresas: el de los locos que se dan por Júpiter y Neptuno, está en el Libro de chistes de Luis de Pinedo (BAE, XXXVI, pág. 105 y también pág. 111 con una variante en que se enfrentan el Angel Gabriel y Dios Padre), y en los Cuentos de Arguijo (BAE, XXXVI, pág. 258).
De los dos cuentos del Prólogo, el del loco aplastaperros aparece versificado en una Floresta cómica tardía (Floresta cómica o colección de cuentos, fábulas, sentencias y descripciones de graciosos de nuestras comedias. Madrid, 1796) como procedente de una comedia de Francisco de Leiva, que probablemente lo tomaría del mismo Cervantes.
En cuanto al cuento del hinchaperros, parece que no hay rastro de él en ninguna colección coetánea o posterior. Diríase, pues, que el mismo Cervantes ha elaborado para su enemigo íntimo y para él mismo dos cuentecillos de locos hechos a medida.
Si la hipótesis es plausible, tendríamos a Cervantes identificándose con uno de sus locos: un loco alegre y benevolente, que despide al perro con dos palmaditas en la barriga para que se vaya acariciado y contento. De donde se induce que hacer un libro no es sino hinchar un perro, es decir modular de cierta manera y con no poco trabajo, el soplo de la palabra, multiplicando el verbo por mil hasta montar un edificio de aire como el que llena el cerebro de los locos y del que se libran hinchando perros128.