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Siguiéndole en sus andanzas y en sus obras, otros se contagian del afán que tiene Nazarín por el movimiento: «Ándara llegó a adquirir una actividad estúpida. Se movía como una máquina, y desempeñaba todos aquellos horribles menesteres casi de un modo inconsciente. Sus manos y pies se movían de por sí... Procedía bajo la sugestión del beato Nazarín, como un muñeco dotado de fácil movimiento» (IV, ii, 201-02). En cambio, Nazarín se resiste al movimiento sólo en las ocasiones cuando el movimiento sería un acto de cobardía: cuando las mujeres primero y luego Ujo le instan a abandonar la atalaya antes de que vengan el Pinto o la Guardia Civil (IV, iv, 223; v, 234) y cuando oye a Ándara y al Sacrílego mostrándole el modo de escaparse de la cárcel (V, v, 310).

 

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Burlándose de él, el alcalde dice que el movimiento -la vagancia- se ha convertido en la religión de Nazarín.

 

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Dice Nazarín en la Cuarta Parte: «Nuestra misión no es de sosiego y comodidad... sino de inquietud errabunda y de privaciones. Ahora descansamos; mas luego volveremos a quebrantar nuestros cuerpos» (ii, 210).

 

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O escénica, para los que prefieren la terminología de Percy Lubbock en The Craft of Fiction (New York: Viking Press, 1957).

 

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Cf. la anticipación de esto en IV, iii, 216: «Iluminada por la luna, que ya era llena, su escueta figura, la cabeza, manos y pies aparecían como de una cerámica recocha, recortándose sobre el cielo». De modo parecido se señala la conversión del ladrón sacrílego de manos de Nazarín: «Cuando esto decían, penetraba por las altas rejas la luz del alba» (V, ii, 290). Habiendo bajado Nazarín, la luz está donde está él. (La repetición casi exacta de esta frase al final del próximo capítulo indica por una parte la presencia cercana de Nazarín y por otra la simultaneidad narrativa).

 

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Me refiero aquí a la visión que tiene de Nazarín la sociedad establecida, cuyo portavoz es el alcalde: «¿Le parece a usted que está bien que un señor eclesiástico ande en estos trotes...? ... ¡Pero, por Dios, padre Zaharín, echarse a una vida de vagabundo, con ese par de pencos...! Y no lo digo por la religión mismamente; que todos, el que más y el que menos, si decimos que creemos, es por el buen parecer y por el respeto a lo establecido... Dígolo por su propia conveniencia, y por el miramiento de la sociedad en estos tiempos de ilustración» (IV, viii, 250-51). El movimiento del «curita corretón» que «se echa a los caminos» es un desafío de la sociedad establecida. Practicar la caridad cristiana fuera de los confines sociales «establecidos» es un acto criminal.

 

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Va subrayada en la Segunda, después del incendio, cuando le dice a Nazarín el joven sacerdote con quien se hospedaba: «Pues el juez, que es todo un caballero, lo primero que me preguntó fue si usted está loco. Respondíle que no sabía... No me atreví a negarlo, pues siendo usted cuerdo, resulta más inexplicable su conducta» (II, v, 91). Pero la ironía que revisten estas palabras del amigo de Nazarín da a entender lo que revela toda su historia, a saber, que Nazarín no es un caso patológico, que así le juzga la sociedad cuyas normas establecidas no concuerdan con las suyas.

 

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«Ni mi amigo con sus apreciaciones francamente recreativas podía convencerme, ni yo le convencí a él. Por lo menos, el juicio sobre Nazarín debía aplazarse» (I, v, 42). Sin este aplazamiento, no existiría Nazarín.

 

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Desde luego se puede tachar de aberrante al autor por su concepción de la santidad, pero esto no viene al caso: el relato es una historia de la santidad tal como él la concibe. Otro reparo, que hace Robert H. Russell en «The Christ Figure in Misericordia», Anales Galdosianos, 2 (1967), 129, es que la santidad de Nazarín corresponde a la visión miope que éste tiene de sí mismo. De acuerdo, pero esto tampoco invalida el hecho de que dentro de este marco la novela cuenta la realización de la santidad. ¿Con qué derecho podemos nosotros insistir en que la novela conforme a una concepción de la santidad que no se registra en sus páginas?

 

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En este respecto, estamos de parte de Francisco Ruiz Ramón, Tres personajes galdosianos. Ensayo de aproximación a un mundo religioso y moral (Madrid: Resista de Occidente, 1964), pp. 174-84, que ve en esta novela una defensa de la santidad que ejerce Nazarín y una crítica de la sociedad moderna, que no tolera la práctica viva de la humildad, el sacrificio, la mansedumbre. Discrepamos con Ruiz Ramón en su juicio de Nazarín como novela fallida, y más aún con su alabanza de la versión cinematográfica de Luis Buñuel (p. 195). El prurito que tiene Buñuel por pintar a Nazarín como hombre exaltado, errado y a todo paso fracasado, priva al hombre y a la película de la dimensión que tiene la creación galdosiana. (Le agradezco a mi amigo Marvin D'Lugo el haberme proporcionado el guión de la película.)

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